FERIA DE ABRIL

Cocheros del Real

El que no es sevillano no sabe estos detalles (y tampoco le importarán gran cosa), pero lo cierto es que detrás del grandioso espectáculo que ofrece el ferial, se mire por donde se mire, hay unas normas para poner un poco de orden a un evento que se desborda desde que el pueblo ha entrado en masa a disfrutar de la fiesta. No hay espacio suficiente para lucir tanto volante, tantos alamares, tanto carruaje. Y mucho menos para que los caballos paseen con gracia alazana por el ferial.Por ejemplo: está prohibido que los carruajes estén tirados por más de cinco caballos de largo, o sea, en hilera. T...

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El que no es sevillano no sabe estos detalles (y tampoco le importarán gran cosa), pero lo cierto es que detrás del grandioso espectáculo que ofrece el ferial, se mire por donde se mire, hay unas normas para poner un poco de orden a un evento que se desborda desde que el pueblo ha entrado en masa a disfrutar de la fiesta. No hay espacio suficiente para lucir tanto volante, tantos alamares, tanto carruaje. Y mucho menos para que los caballos paseen con gracia alazana por el ferial.Por ejemplo: está prohibido que los carruajes estén tirados por más de cinco caballos de largo, o sea, en hilera. Tampoco se permite hacer sonar la traya, que es ese latiguillo con el que se zurra a las bestias para que atiendan las órdenes. Lo que no se tolera, en realidad, es pegar al caballo. Qué cosas.

Y para más inri, se consiente que los coches de punto se paseen por el ferial, con lo pequeños y lo poco lucidos que son. Dónde va a parar, la grandeza de los grandes carruajes, con sus tapicerías de lujo, sus cocheros de sombrero de copa, y más de un par de riendas entre las manos...

Cuando la feria estaba en el Prado el espacio se quedó pequeño, y este nuevo Real se va a quedar plebeyo en pocos años.

A los cocheros les indispone que no puedan lucir su arte y sus caballos adornados por el ferial porque la gente -ahora cualquiera va en carruaje- lo abarrota todo. "Yo he llevado hasta ocho caballos con seis riendas, pero ahora no se puede, con tanta gente. Ni siquiera nos dejan sonar la traya, y no es que peguemos al caballo, es que la sonábamos en el aire".

Este señor que habla, Diego Cervera Camarero, nació hace 53 años en Utrera (Sevilla) y se crió con los Guardiola, ganaderos de toros y caballos españoles. Por aquellas fincas de tronío

fue echando Cervera los dientes que ahora no tiene, ciudando caballos y carruajes que no eran suyos. Desde los 29 años va la feria de cochero. Para un hombre como él estos son los días grandes, la competición entre los distintos apellidos por llevar el mejor carruaje, los caballos más disciplinados, con mejor sangre. Y de eso se encargaba el cochero el resto del año. Y se siguen encargando.

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Después de servir para los Guardiola, Cervera estuvo con los Salvatierra y ahora pasea con maestría a José María Gil, otro ganadero de caballos españoles. Y en su carruaje, "que tiene ciento y pico años" se han sentado otros nombres, como "la Martirio o el gobernador de Sevilla" y otras muchas personas que no se conocen pero que uno adivina el perfil cuando los ve en un coche de caballos de ese calibre.

Mientras los señores comen en su caseta, Diego Cervera pica algo en los platitos que le lleva el lacayo del carruaje, un chico que está aprendiendo y cuya misión es echar cuerpo a tierra con la rapidez de la luz cuando a la cabeza de las caballerías ocurre algún inconveniente. "Yo también me estoy criando con los Guardiola", dice con orgullo añejo Antonio García, que por su corta edad, 18 años, sólo es lacayo.

No hay nada como criarse en una gran familia de estas, porque si durante el invierno uno no tiene caballos y carruajes que cuidar, hay que emplearse en otros menesteres. Eso es lo que hace José María Gil, que sólo es cochero en feria y romerías de guardar. El coche es de un señor que lo alquila por días. Gil recibe una llamada y se pone en marcha. Hay que recoger a estos señores en tal sitio y llevarlos a tal otro. Y así cada día. Por 15.000 pesetas la jornada, de dos y media a ocho de la tarde, más o menos. "Y las propinas, que siempre dejan algo". El resto del año, peonadas en el campo, la fresa, lo que haya.

Entre un ejemplo y otro está Ignacio González Álvarez, que nació en Salteras hace 60 años. 40 de ellos lleva de cochero. Siempre con el mismo dueño, José Luis Amador. En invierno no tiene que dar jornales. Hace otras tareas en la finca o en las tiendas de la familia para la que trabaja. El coche que llevaba ayer estaba tirado por mulas pero en él viajaban los hijos. "El que llevan los padres es de caballos".

Porque esa es otra, cuantos más caballos, más estampa. ¿Si se llevan muchos caballos, es que el carruaje es de más postín? "No, es que es más deportivo, como los coches, con más caballos", bromea un cochero joven que espera a sus viajeros a la puerta de la caseta.

Ignacio González también espera a que la familia Amador salga de la caseta. Entre otras anécdotas, recuerda con orgullo cuando le entregó dos ponis a los nietos de Franco en una Feria de hace muchos años. "Franco aún vivía. Era un regalo de la familia para ellos".

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