'Rehenes' del Iberia 6841 con destino a Buenos Aires

Somos 38 personas. Hace calor. Tenemos hambre. Nuestras líderes espirituales, las dos viajeras octogenarias Georgina Varela y Blanca del Busto, se han terminado el chocolate que nos quedaba. Hace dos horas que vienen los bocatas pero no acaban de llegar. Fumamos, eso sí, porque la media tripulación que nos queda desde hace horas ha dado ya por imposible cumplir las normas. Es el IB6841, un Boeing 747 con capacidad para 418 personas que salió de Madrid a las doce de la noche del pasado jueves. Hasta las dos de la mañana del sábado (26 horas después) no estaba previsto despegar hacia Buenos Aire...

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Somos 38 personas. Hace calor. Tenemos hambre. Nuestras líderes espirituales, las dos viajeras octogenarias Georgina Varela y Blanca del Busto, se han terminado el chocolate que nos quedaba. Hace dos horas que vienen los bocatas pero no acaban de llegar. Fumamos, eso sí, porque la media tripulación que nos queda desde hace horas ha dado ya por imposible cumplir las normas. Es el IB6841, un Boeing 747 con capacidad para 418 personas que salió de Madrid a las doce de la noche del pasado jueves. Hasta las dos de la mañana del sábado (26 horas después) no estaba previsto despegar hacia Buenos Aires, ciudad a la que se llegaría unas tres horas más tarde. En total, pues, 29 horas allí metidos. A pesar de todo ha habido buen humor y buen rollo. Las octogenarias han dormitado cuando han podido y los que han estado despiertos se unieron por la ira contra Iberia. Incluso los tripulantes se han hecho amiguetes de los pasajeros. El hambre y el cansancio unen mucho.

Parece que fue ayer cuando los azafatos Lola, Iván y Jordi empezaron a servir la cena. Nadie entonces pensaba que nueve compañeros suyos iban a abandonar la nave con el piloto antes de llegar a Buenos Aires. Porque el vuelo era directo a Buenos Aires, pero resulta que ahora estamos en São Paulo y todavía faltan tres horas de viaje a la capital argentina. Acaban de decir que viene un B-747 de Aerolíneas Argentinas a buscarnos desde allí. Tardará tres horas en llegar y otras tres de vuelta, son seis, o sea que con suerte habremos tardado unas 29 horas justas en volar desde Madrid a Buenos Aires.

Con nocturnidad y alevosía

Todo empezó con nocturnidad y alevosía. Serían las cinco de la mañana, hora de Buenos Aires, cuando el piloto islandés Peter Cosford anunció por el altavoz que el aeropuerto Ezeiza de la capital argentina estaba cerrado por un temporal y que íbamos a aterrizar en Río de Janeiro, "el único aeropuerto disponible para este tipo de aviones".

La sorpresa llegó más tarde cuando el altavoz sonó de nuevo y dijo: "Abróchense los cinturones, vamos a aterrizar en São Paulo". Cuando lo hacemos vemos que el avión de Aerolíneas que salió con nosotros de Madrid para hacer escala en São Paulo se marcha ya hacia Buenos Aires, así que pensamos que Ezeiza estará ya abierto. "Repostamos y nos vamos", dice Lola, la azafata morena de pelo rizado. Pero no. "Hay que desembarcar, en el aeropuerto los informará", dice el altavoz.

Ahora sí que ya nadie entiende nada y cuando se apagan los motores varios pasajeros de preferente, gran clase y turistas piden explicaciones a la tripulación. Ante la avalancha de protestas, el comandante baja de la cabina. Se sienta en la escalera y explica en inglés que su horario de trabajo ha terminado y que ahora tiene derecho a 10 horas de descanso. Nos llevan al hotel y cuando descansemos, volvemos, traduce alguien. Pero muchos pasajeros tienen que estar en Buenos Aires mucho antes que todo eso. Es el Día de España en la Feria del Libro y el director ejecutivo de la Federación del Gremio de Editores de España, Antonio María de Ávila, Manuel Treviño (Anaya), Poppy Grijalbo (Serres), así como Juan González, Enrique de Polanco y Emiliano Martínez (Santillana), la alemana Metzhild von Alemann (vicepresidenta del Grupo Liberal Europeo y del Gremio Europeo de Editores) tienen citas, entrevistas, trabajo. El consejero delegado de PRISA, Juan Luis Cebrián, incluso tiene que presentar su última novela, La agonía del dragón, a las siete de la tarde, y muchos otros viajeros tienen conexiones, citas, prisas. Uno es diabético. Otra va al funeral de su hermano, hay niños muy pequeños...

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La cosa se calienta y el piloto islandés se pone borde. Alguien le pide que llame al cónsul español y él contesta: "Le vas a llamar, pero desde la cárcel. Esto es un secuestro".

El motín está servido. El pasaje, indignado, se niega a salir. Se abren las puertas pero las jardineras (autobuses) no llegan. Nadie entiende nada. Un mundo surrealista y extraño se abre como única posibilidad. Finalmente se aclaran algunas cosas: la tripulación pertenece a Air Atlanta, una compañía islandesa a la que Iberia subcontrata personal y alquila el avión. Por eso el piloto dice que va a llamar al cónsul islandés pero en vez de hacer eso lo que hace es bajar del avión a empujones. La tripulación le sigue, salvo la sobrecargo, la veterana Ransy Kristinsson. Sus compañeros se van sin ella, pero al darse cuenta en el autobús de que no está, cinco de ellos deciden volver al avión. Para entonces el jefe de escala de Iberia en São Paulo, un hombre de pies grandes y gran corazón llamado Aguilera, está ya a bordo tratando de arreglar las cosas. Lo malo es que la policía federal brasileña ha subido con él para tratar de convencer a las 100 personas que aún se niegan a abandonar el avión de que bajen. La presencia de los policías con las pistolas al cinto impresiona al 50% y quedamos 44 irreductibles a bordo. Durante una hora los policías dicen que según la ley brasileña el avión es suelo brasileño, que bajemos, coño. Que no. Aguilera, voluntarioso, intenta terciar: "Vámonos a la sala vips, por favor, estaremos mejor". Georgina, nuestra heroína octogenaria, le responde: "Mire, yo ya me he hecho a esto y a la sala vip no voy". Nosotros tampoco. Numancia resucitada: solidaridad, chistes, hambres, mi mamá, mi casa, mi Atleti, me hago pis. Las sensaciones de los amotinados son humanas. Iberia es una compañía y si el piloto decide que técnicamente su jornada laboral se ha acabado en pleno vuelo da la vuelta y se va al hotel.

Aguilera, el pobre, también es humano. Busca una tripulación nueva, un avión de Varig para alquilar, un 747 de Iberia que venga de Buenos Aires a buscarnos pero la central de Madrid pone las cosas difíciles. El cónsul, Juan José Santos, que desde el mismo momento en que fue avisado desde Madrid inició todo tipo de gestiones, ha llegado y parece agilizar las cosas: "Hasta que vosotros no os vayáis, yo tampoco. También yo he sido muchas veces víctima de Iberia. Salvo pegarme, me han hecho de todo".

A las 19.30 hora española seguimos allí, 19 horas y media sin bajar del avión. Nos han dado un bocata (los que bajaron a llamar por teléfono se quedaron sin él) y parece que el 747 viene ya desde Buenos Aires. Nadie va a llegar a su cita, pero entre los numantinos del vuelo 6841 se respira una cierta sensación de triunfo. Iberia ha perdido dinero y prestigio y las demandas de los 54 firmantes de la reclamación titulada Manifiesto Antichapuza Hispánica van a ser de aúpa. Como siempre, aúpa Iberia y papá ven en tren.

La Federación de Editores demandará a la compañía

La Federación de Editores de España demandará a la compañía Iberia "por los gravísimos perjuicios económicos y de todo tipo" sufridos por el bloqueo del vuelo de Iberia 6841 con destino a Buenos Aires y que fue retenido durante varias horas en el aeropuerto de Saô Paulo.La Federación de Editores señala también que está dispuesta "a ejercer acciones judiciales por coacciones" contra Iberia, dado el desarrollo de los hechos.

Viajeros del citado avión afirman "que se sintieron rehenes de la compañía aérea", y denuncian que la única preocupación de Iberia fue la de sacar a toda costa a los pasajeros del avión, "y no de solucionar el problema", para lo que incluso llegaron a recurrir a la presencia en el avión de las fuerzas policiales brasileñas como medida intimidatoria.

Los pasajeros del IB6841 afirman también que el representante de Iberia en Saô Paulo ni siquiera estuvo en el aeropuerto durante todo el conflicto.

El cónsul de España en la ciudad brasileña, Juan José Santos, que fue avisado desde Madrid y se desplazó al aeropuerto, permaneció durante más de seis horas con los pasajeros que se negaron a bajar del avión. Santos, en su calidad de notario del Estado español, se comprometió a elaborar un acta de todo lo ocurrido y a hacérsela llegar a la Federación de Editores de España

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