Editorial:

Lizarra como fetiche

Hace más de cuatro meses que sabemos que las enormes cesiones políticas realizadas por el PNV y Eusko Alkartasuna a la izquierda abertzale -entre ellas, asumir su ideario irredentista, renunciando al capital político acumulado desde 1979 con la construcción de la autonomía vasca- no lograron ni la paz ni la integración política del nacionalismo radical. El cese de los atentados de ETA fue, en el verano de 1998, la precondición para que el nacionalismo entonces moderado se embarcara en la aventura de Lizarra. Pero, en noviembre pasado, ETA anunció la ruptura de la tregua y consumó sus amenazas,...

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Hace más de cuatro meses que sabemos que las enormes cesiones políticas realizadas por el PNV y Eusko Alkartasuna a la izquierda abertzale -entre ellas, asumir su ideario irredentista, renunciando al capital político acumulado desde 1979 con la construcción de la autonomía vasca- no lograron ni la paz ni la integración política del nacionalismo radical. El cese de los atentados de ETA fue, en el verano de 1998, la precondición para que el nacionalismo entonces moderado se embarcara en la aventura de Lizarra. Pero, en noviembre pasado, ETA anunció la ruptura de la tregua y consumó sus amenazas, primero, con el asesinato del teniente coronel Pedro Antonio Blanco, y después, con los de Fernando Buesa y su escolta.En ninguno de esos momentos salió del Pacto de Lizarra un rechazo a los atentados y una petición a ETA de que al menos restaurara la tregua, pese a que el propio acuerdo de 1998 reclama la "ausencia permanente" de violencia. Fue por este motivo por el que IU abandonó el pacto, dejándolo reducido a lo que ya era en su origen, por más que se quisiera presentar como un procedimiento para resolver el "contencioso vasco": un foro exclusivamente nacionalista que plantea la solución en clave de "construcción nacional".

La dirección del PNV está en su derecho de aferrarse a Lizarra. En enero pasado, lo justificaba en la paz, que se quebró, y en la conveniencia de integrar al nacionalismo radical de Euskal Herritarrok en el juego democrático institucional. La postura de EH de acudir al Parlamento vasco sólo cuando se traten asuntos de su interés ha sido el último mentís a la supuesta reconversión democrática del nacionalismo radical. Y de paso ha dejado al Gobierno minoritario del lehendakari Ibarretxe (27 escaños sobre 75) en una situación insostenible. Pese a todas las evidencias, y a las bofetadas de ETA cuando explica su vuelta a los asesinatos por la "tibieza" del PNV y EA, ambos partidos sostienen que la vía de Lizarra "sigue siendo válida". Volvieron a mantenerlo el miércoles, tras fracasar de nuevo en su intento de que este foro soberanista, donde organizaciones y grupúsculos de dudosa representatividad tienen el mismo peso que los partidos parlamentarios, solicitara a ETA la restauración de la tregua.

No se puede argumentar de forma creíble que la solución al "conflicto" esté en una plataforma que deja fuera a la mitad de la sociedad de Euskadi y que ni siquiera es capaz de exigirle a ETA que deje de matar. Con la reaparición en primer plano de la organización terrorista -la violencia nunca desapareció durante la tregua-, Lizarra ha quedado reducido a un fetiche, a una carcasa sin contenido. La ejecutiva de Arzalluz se aferra a él para no tener que admitir que se equivocó, que en su apuesta por apaciguar a ETA asumiendo su programa político ha introducido a su partido y al Gobierno de Ibarretxe en un camino sin salida. Sin embargo, al negarse a retroceder, se aleja cada vez más de la sociedad vasca y refuerza su dependencia de quienes siguen pensando que la violencia es útil y condicionan su cese a que el PNV y EA asuman "los compromisos adquiridos" y den pasos decididos hacia "un nuevo marco" institucional. Es decir, hacia su suicidio político.

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