Reportaje:LA CASA POR LA VENTANA

Una línea incompleta

No me interesa para nada el cine de Sergio Cabrera, casi por lo mismo que me resultan estomagantes las producciones del británico Ken Loach y su tonillo próximo al os vais a enterar de lo que vale un peine obrero, y también me parece brutal la campaña contra el cine norteamericano a cuenta de las cuotas de pantalla. Asimismo, estoy persuadido de que en películas como -por citar algunas de distintas épocas- El apartamento, de Billy Wilder, Chinatown, de Roman Polansky, L.A. Confidential, de Curtis Hanson o American Beauty, de Sam Mendes, se puede encontrar todo lo que cualquier cineasta eur...

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No me interesa para nada el cine de Sergio Cabrera, casi por lo mismo que me resultan estomagantes las producciones del británico Ken Loach y su tonillo próximo al os vais a enterar de lo que vale un peine obrero, y también me parece brutal la campaña contra el cine norteamericano a cuenta de las cuotas de pantalla. Asimismo, estoy persuadido de que en películas como -por citar algunas de distintas épocas- El apartamento, de Billy Wilder, Chinatown, de Roman Polansky, L.A. Confidential, de Curtis Hanson o American Beauty, de Sam Mendes, se puede encontrar todo lo que cualquier cineasta europeo quiso saber sobre las claves de funcionamiento de la sociedad realmente existente y jamás acertó a mostrar en sus películas.Se dirá que se citan aquí de manera sesgada grandes filmes de nacionalidad USA para marear en una disputa que tendría que ver con la defensa nacional de la diversidad cultural (¡en el siglo de Internet!) en el terreno del audiovisual, a lo que se puede responder alertando del peligro que supondría quedarnos sin la posibilidad de ver esas u otras películas de asombro caso de que prosperen las propuestas en defensa de lo nuestro (pero qué clase de cosa es ésa) frente al predominio de la producción audiovisual norteamericana. Prefiero que en un paquete de una docena de filmes extraeuropeos se cuele uno de la categoría de las que he mencionado más arriba antes de que la reducción proteccionista de cuotas acabe por jibarizar la oferta a una espeluznante alternancia entre películas de Steven Spielberg y sus entretenimientos de parque temático, Carlos Saura y sus bailes regionales fotografiados por Vittorio Storaro o Claude Chabrol y sus rústicas pedagogías sociológicas sobre la realidad verdadera en capas periféricas de la pequeña burguesía de la Francia profunda.

Si he mencionado antes a Sergio Cabrera no es por casualidad ni por encono. Detesto su cine pero comparto algunas de sus actitudes. Ha estado o está en Valencia, y entre otras cosas ha dicho que le ofrecieron dar un par de conferencias sobre cine, o sobre su cine, o sobre algo vinculado con la puesta en escena en el cine, y se negó porque no le parecía serio. Se negó porque no le parecía serio y se ofreció a dirigir un taller de dos semanas del que saldría el rodaje de un corto elegido entre los presentados por los alumnos al curso que se desarrolla en la Facultad de Bellas Artes de la Politécnica. Lo extraordinario es que su negativa no es común entre los que se dedican a marear al personal joven y en paro con la enseñanza de saberes vinculados al audiovisual, y bastará con mencionar al autotitulado Centro de Formación de Guionistas ¡de la UIMP! y su desfile apresurado de estrellas conferenciantes que -salvo escasas excepciones- llegan como invitados, charlan con los amigos durante un par de horas y se largan con viento fresco, para saber a qué atenernos respecto a la seriedad con la que se acoge por aquí la defensa de la enseñanza de un oficio destinado a poner en su sitio de mercado al imperialismo audiovisual norteamericano. Como es lógico, Sergio Cabrera se extiende en consideraciones colaterales: "Para frenar la voracidad del mercantilismo, hay que dar paso a la gente que cree en el arte, el sentimiento y la generosidad".

No sé lo que el entrecomillado anterior quiere decir en sentido estricto, ateniéndome a lo que las palabras parecen significar, ya que Orson Welles, por ejemplo, se dejó llevar al mismo tiempo por la voracidad, el mercantilismo, la gente, el arte, el sentimiento y la generosidad. Pero manifiesta, me parece, una actitud actual que parece oportuno compartir, siempre que se esté de acuerdo en que los maestros -los maestros- del cine o de cualquier otra experiencia artística lo son porque muchas veces han sabido conciliar las exigencias del mercado con una mercancía que no por ello se vio forzada a renunciar al arte ni al sentimiento en su proceso de producción. Lo de la generosidad es otra cosa, más difusa, más elástica, más vinculada a la tiranía del humor con que se levanta uno cada día. Y al mercantilismo. No hay duda de que el maestro Berlanga es generoso al prestar su nombre a una escuela de guionistas y a la promoción de una ciudad del cine destinada a una luminosidad de repostería. Pero acaso esa misma generosidad debería completarla impartiendo un curso completo de dirección cinematográfica en la escuela a la que da nombre, en lugar de dejar esa tarea tan necesaria en manos de practicones locales que antes de enseñar nada harían bien aprendiendo algo.

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