El amigo de la mala suerte

No fue porque no se lo advirtiera la abuela Patrocinio, sentada en su desvencijado sillón verde, frente al espejo roto, el palo, la lona y el desorden que le sirven de casa: "No te juntes con payos, que no son de tu raza". Pero O. J. S. no la escuchó. Jamás en sus 16 años de vida había tenido un amigo así, de su edad, limpio, con cara de listo, un teléfono móvil, 15.000 pesetas en el bolsillo y un sueño.J. R.P., a quien había conocido el sábado junto a un mercadillo de Alicante, lo acababa de invitar a Barcelona, a visitar a sus amigas Sonia y Sheila, a buscar un trabajo primero y a darse la g...

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No fue porque no se lo advirtiera la abuela Patrocinio, sentada en su desvencijado sillón verde, frente al espejo roto, el palo, la lona y el desorden que le sirven de casa: "No te juntes con payos, que no son de tu raza". Pero O. J. S. no la escuchó. Jamás en sus 16 años de vida había tenido un amigo así, de su edad, limpio, con cara de listo, un teléfono móvil, 15.000 pesetas en el bolsillo y un sueño.J. R.P., a quien había conocido el sábado junto a un mercadillo de Alicante, lo acababa de invitar a Barcelona, a visitar a sus amigas Sonia y Sheila, a buscar un trabajo primero y a darse la gran vida después. O. J. S. se deslumbró. Su nuevo amigo, recién llegado de Murcia, tenía un pasado horrible: acababa de matar con una espada de samurai a sus padres y a su hermana, una niña rubia de 11 años, afectada por el síndrome de Down. Pero O. J. S. decidió no tenérselo en cuenta y emprender con él la aventura. Por eso le ofreció su candela para quemar la camiseta y los calzoncillos llenos de sangre, borrar las huellas. De no haber sido por la policía, sueña todavía O., él y J. estarían ahora en Tarrasa con Sonia y Sheila; atrás habrían quedado para siempre la chabola y la fogata, las limosnas de su abuela en el atrio de la iglesia y las lecciones de don Vicente, el párroco de San Juan Bautista, empeñado en hacer de él un hombre de provecho.

El plan fracasó. J. está ya en la cárcel de la Sangonera y O. debe presentarse ante el juez cada 15 días, por si acaso. En caló, el idioma de los gitanos, el que a veces usa la abuela Patrocinio en sus peroratas, a eso se le llama "mala bají". Mala suerte. Suerte negra. La de un chaval, O. J. S., que a sus 16 años ya se sabe de memoria los pasillos de una cárcel de Barcelona, donde está su padre, y también los de un psiquiátrico de Alicante, donde penan sus culpas otros miembros de su familia. O. J. S. no tiene antecedentes. Si no se entiende por antecedente la mala suerte -la mala bají- de nacer predestinado.

"No hables más, que te vas a perder", le aconsejaba ayer, una y otra vez, la abuela Patrocinio a su nieto O. J. S., recién puesto en libertad tras pasar dos días con sus noches en los calabozos de la Jefatura Superior de Murcia junto al presunto autor del triple crimen. Conseguida la libertad, la abuela y el nieto se reincorporaron ayer a sus quehaceres habituales. Ella, a pedir limosna; él, a ayudar al cura don Vicente, que le enseña en sus ratos libres a leer y a escribir, también a ser persona para alejarse de las malas cosas que tientan a los gitanos buenos. "Nuestro objetivo", explica don Vicente, muy preocupado por la influencia negativa que el caso puede tener en O., "es ofrecer al muchacho la necesaria formación para que se pueda ganar la vida con dignidad".

El menor, que el miércoles, a su salida del calabozo, contó entre sonrisas su aventura con J. R. P, acató ayer sin rechistar los consejos de su abuela y del cura: "No voy hablar más", dijo escuetamente, "pero que quiten en los periódicos que yo soy un cómplice". "Nosotros no entendemos nada", terció Patrocinio, "soy viuda y si no fuera por el cura nos moriríamos de hambre".

Una extraña pareja. El joven mimado y listo, experto en informática, navegador de Internet, aprendiz de soldador, presunto autor de un crimen espantoso. El otro, de su misma edad, casi analfabeto, inquilino de la mala suerte, ilusionado por sacar a su abuela Patrocinio de la chabola y las limosnas. Se conocieron el sábado. Anoche, O. volvió a dormir al relente. Y J., entre rejas, en la enfermería de una cárcel, con otro preso vigilándole los sueños.

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