Tribuna:

Terminal 3

"De Madrid al cielo". Si tomamos literalmente la expresión, hay que reconocer el éxito de las numerosas estratagemas maquinadas para impedir que lo abandonemos por vía aérea. El aeropuerto de Barajas está erizado de obstáculos, como si los responsables de la capital desearan que de aquí no escapara nadie. Ignoro si tal es el propósito, pero admito que las tretas son imaginativas y tortuosas, haciendo difícil el empeño.No hace mucho que entró en servicio la Terminal3, reservada a vuelos más domésticos que otros: hacia Almería, Jerez, Asturias, San Sebastián o Girona. Nos trae a la memoria l...

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"De Madrid al cielo". Si tomamos literalmente la expresión, hay que reconocer el éxito de las numerosas estratagemas maquinadas para impedir que lo abandonemos por vía aérea. El aeropuerto de Barajas está erizado de obstáculos, como si los responsables de la capital desearan que de aquí no escapara nadie. Ignoro si tal es el propósito, pero admito que las tretas son imaginativas y tortuosas, haciendo difícil el empeño.No hace mucho que entró en servicio la Terminal3, reservada a vuelos más domésticos que otros: hacia Almería, Jerez, Asturias, San Sebastián o Girona. Nos trae a la memoria la elemental estructura de los primeros aeropuertos y aquí pervive la conformación de los mostradores para los dos o tres empleados que despachan boletos y equipaje; el bar o cafetería, con bocadillos de chorizo, jamón y queso, asépticos sándwiches de verdura, cerveza, refrescos y poco más. Las dimensiones son reducidas, en un extremo del complejo arquitectónico, donde muchas cosas confirman el propósito de conservar, a cualquier costo, la población censada, e incluso la flotante.

El taxi -como transporte más común- nos deposita a unos 120 metros de la puerta de acceso, deteniéndose lo indispensable para expulsar al viajero y sus maletas, urgido por la presión de los vehículos que llegan, en fila india. Una mente perversa o de extravagante sentido del humor ha dispuesto semejante disparate. Como cabe sospechar, no hay carritos para acarrear la impedimenta; sólo una sarcástica e incongruente cinta transportadora alivia no más de 18 o 20 metros el esfuerzo; después, el puro vigor del brazo humano. Los taxis dan la vuelta y pasan ante la salida, donde sólo se pueden detener para recoger a los pasajeros llegados, que comparten el mismo lugar de partida. Cualquier otra posibilidad tendente a simplificar la maniobra de la marcha es sancionada con una fuerte multa, que para eso están los guardias. Ese empeño provoca un sentimiento negativo, muy generalizado, hacia los ancestros más próximos de quienes sean los responsables.

El reducido recinto comparte los gangosos servicios de megafonía comunes al resto del aeropuerto, y el pasajero puede disfrutar de las numerosas disposiciones que trasladan a sufridas masas de una puerta de salida a otra, imaginando los miniéxodos como se veían a los figurantes del teatro, empuñando una lanza y vestidos de romanos. Los movimientos de personal son inteligibles para los nativos y los angloparlantes, si disponen de capacidad auditiva con suficiente agudeza. La sensación de permanente ajetreo entretiene la impaciencia de los demás reduciendo la sensación de hastío. Tiene su lado positivo la espera, desde la vertiente cultural, fomentando la lectura de libros, periódicos, revistas, siempre que se encuentre abierto el despacho de prensa. También se incrementa el consumo de bebidas alcohólicas y refrescantes y unos anacrónicos bocatas que nos llevan a los tiempos remotos. Vemos a personas de ambos sexos, presumiblemente norteamericanos, que fuman compulsivamente, dichosos porque nadie se lo impida. En esa Terminal3, desde la cola que se forma necesariamente ante la cancela de embarque, cuantos lo desean pueden observar a quienes orinan en los servicios de caballeros, gracias a que la puerta se abre de forma que la micción sea pública.

Toma cuerpo el proyecto de privatizar los aeropuertos españoles, o al menos algunos de sus servicios. El resultado de un cambio es imprevisible, pero no sería temerario apostar a que cualquier iniciativa privada, con fines de lucro, difícilmente competirá en ineficacia con la forma actual de llevar el negocio. Sin atribuir mala fe o desidia culpables, es muy fácil pronosticar grandes mejoras, pues sería tarea sobrehumana hacer las cosas peor.

Hace pocas semanas, el país estuvo colapsado por la huelga salvaje de los maquinistas de tren, así emparentados con algunos pilotos. Quizás haya una sutil relación entre estos fenómenos que afectan a los transportes y el ánimo de retener en Madrid a todo quisque. Reafirmaría el dicho italiano: Chi stá bene non si mouve, aplicable a los que están bien y no se les ha perdido nada en parte alguna. Pese a lo cual, mucha gente irreflexiva sale por la Terminal3.

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