Tribuna:

Los partidos-régimen JOSEP RAMONEDA

Sabemos por Pedro Arriola (La Vanguardia, 27 de marzo) que Aznar es "tremendamente sensible", que "necesita mucho afecto de Ana", que es "un hombre de palabra", siempre el mismo, "en la derrota como en la victoria". Un presidente "extremadamente tenaz" que además "lee poesía cada día". El estilo público de Aznar, rígido y contenido, frío y distante, no se asocia fácilmente a la sensibilidad y a la poesía. Y, probablemente, es lo que Aznar quiere que sepamos los españoles de él. El asesor lo sabe. Y sobre ello construye el retrato del héroe de la primera mayoría absoluta de la derecha.Pero en l...

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Sabemos por Pedro Arriola (La Vanguardia, 27 de marzo) que Aznar es "tremendamente sensible", que "necesita mucho afecto de Ana", que es "un hombre de palabra", siempre el mismo, "en la derrota como en la victoria". Un presidente "extremadamente tenaz" que además "lee poesía cada día". El estilo público de Aznar, rígido y contenido, frío y distante, no se asocia fácilmente a la sensibilidad y a la poesía. Y, probablemente, es lo que Aznar quiere que sepamos los españoles de él. El asesor lo sabe. Y sobre ello construye el retrato del héroe de la primera mayoría absoluta de la derecha.Pero en las vidas de santos no basta con ensalzar las virtudes del personaje. Las reglas del género imponen visitar la infancia, destacar la precocidad en la virtud. Arriola nos explica como ya de pequeño Aznar era un hombre austero y de cultura. "De niño él dormía en la biblioteca de su padre, en una cama turca abatible, y allí leyó todo".

La inmutabilidad de Aznar -en la victoria como en la derrota- no impide estos rápidos efectos de la mayoría absoluta. Si es el asesor el que abre el turno del culto a la personalidad, ¿qué harán los demás? La mayoría absoluta es un poderoso imán. Hay ya una larga fila de ciudadanos, entre ellos algunos nombres que juraban por Felipe González hasta hace pocos días, orientando sus antenas políticas, mediáticas, profesionales para tratar de merecer la bendición del zar. Ellos entonan a coro con los tenores del PP que hablar de derechas e izquierdas ya no tiene sentido y que lo progresista es lo que hace el Gobierno. El imán de la mayoría absoluta es un eficaz deformador del campo social para que cada cual se resitúe.

La disolución de las fronteras ideológicas es un componente básico de la lluvia fina ideológica con que el entorno del poder riega España desde el 12-M. Resulta interesante ver cómo, ni siquiera con la mayoría absoluta, la derecha se siente ideológicamente orgullosa de sí misma. Antes del 12-M los líderes del PP repetían con insistencia que ellos eran los más progresistas e incluso, en voz de Piqué y de Teófila Martínez, los verdaderamente revolucionarios. Es posible que esta creencia implícita por parte de la derecha de que son los valores de la izquierda los que dan legitimidad le haya ayudado a la victoria, pero sólo la penosa historia de la derecha española explica su inseguridad ideológica en democracia. Ni los conservadores británicos ni los republicanos americanos, por ejemplo, buscan la legitimidad en sus oponentes.

Después del 12-M, aún con el referendo de una mayoría absoluta, la derecha sigue mirando al otro lado. De la legitimación como progresistas se ha pasado a la negación de la oposición derecha-izquierda. Nada más. Es, sin duda, una opción estratégica con la pretensión de abarcar casi todo el espacio social. Pero es también una inseguridad profunda de la derecha española que sigue teniendo miedo de hacer miedo. Y es, sobre todo, una peculiaridad de la política española, en la que los partidos hegemónicos tienden inmediatamente a convertirse en partidos-régimen. Lo hizo el PSOE, lo ha hecho Convergencia i Unió en Cataluña y el PNV en el País Vasco, y lo está haciendo el PP. Cuarenta años de franquismo no pasan impunemente y queda mucha cultura democrática por aprender. Nuestros partidos creen que el sufragio universal cuando les da la victoria les da también hegemonía social. Dan por supuesto que la mayoría salida de las urnas -una mayoría que nunca va más allá de la tercera parte de la ciudadanía- tiene que reflejarse en la justicia, en la información, en el poder económico. A veces incluso se atribuyen cierta impunidad. Cuando, en realidad, el sufragio universal lo único que otorga (que no es poco) es la responsabilidad de legislar y, quien tiene mayoría, gobernar: administrar el Estado, defender los intereses del país, hacer cumplir las leyes a todos por igual.

Ante tanta antena enfocada hacia el imán del poder, ante tanta prisa en adoptar los tópicos ideológicos del nuevo régimen, ante los primeros brotes de culto a la personalidad del presidente, creo que la mayor aportación de Aznar a la cultura democrática ha sido la decisión de no optar a una tercera legislatura. Una práctica que debería hacer tradición y que podría contribuir a romper el círculo vicioso de la construcción de un régimen en cada nueva mayoría. No hay régimen que sin caudillo dure.

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