Tribuna:ELECCIONES 2002 | LA CRÓNICA:

IGUAL ACARREAN ALGUNA SORPRESA XAVIER VIDAL-FOLCH

ELECCIONES 2000

Estamos tan atentos a los duelos, los escaños, los pronósticos, que a lo mejor se nos escurre la realidad entre los dedos. Procesamos con la vista, la calculadora, la comparación basada en los saberes acumulados. Somos los nuevos nómadas con el computador a cuestas, tan atentos a una frase, a una réplica, al gran montaje de las abstracciones o los números -abstracciones cifradas, al fin-, que se nos pierden los olores, una música, el tramtram del tren que llega y no habíamos pegado las orejas apaches a las vías para advertirlo.Mediodía tardío, en un palacio de cristal ju...

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ELECCIONES 2000

Estamos tan atentos a los duelos, los escaños, los pronósticos, que a lo mejor se nos escurre la realidad entre los dedos. Procesamos con la vista, la calculadora, la comparación basada en los saberes acumulados. Somos los nuevos nómadas con el computador a cuestas, tan atentos a una frase, a una réplica, al gran montaje de las abstracciones o los números -abstracciones cifradas, al fin-, que se nos pierden los olores, una música, el tramtram del tren que llega y no habíamos pegado las orejas apaches a las vías para advertirlo.Mediodía tardío, en un palacio de cristal junto al río Manzanares, otra abstracción. Lo más decisivo en la misa solemne conjunta de las izquierdas y la cultura no es lo que dicen, frase corta, venceremos, no es lo que estos calvorotas proclaman con fe de carbonero, ni siquiera la inédita presencia de muchachas en flor luciendo piel de manzana y labios de cereza.

No. Lo más revelador es el ruido. El ruido y su ritmo.

Los taxónomos del sentimiento recóndito que pugna por llegar a la superficie deberían escribir un tratado sobre las palmas. Hay aplausos de despedida y cierre, palmadas cansinas como palomas caídas. Hay aplausos corteses envueltos en la fría gestualidad del guante y la copa nunca estrenada. Hay las palmas en tromba al tenor consagrado, el atronador choque de manos que deviene laurel, al que todos se rinden. Hay el aplauso satisfecho, escueto como un asiento contable. Y aplausos de claca, construidos al modo de un lego, sin rincones redondos, de corazón metálico y sangre de pez.

Ninguno de éstos se oye junto al Manzanares. Aquí prodigan el aplauso-en-ráfaga, ese que nace tímido como un murmullo sordo y se acelera y se va trocando una cascada ensordecedora. Es la palma-aliento al equipo que salta todavía torpón, voluntarioso, con los músculos del alma aún almidonados, pero dispuesto.

La única decoración es el sol que atraviesa cristales, hueros de banderas, se diría una sinagoga, una iglesia calvinista. Todos han extremado cuidados para no clavar un signo, un chador partidista susceptible de reabrir las cicatrices de la división histórica, más blandas que la nata. Sólo el cántico de las manos amuebla este territorio.

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Esas son las volandas sobre las que avanzan con tiento, a tientas que no a ciegas, quienes buscan con denuedo reconstruir la cosa: ésta es la cosa, afirman, se va a enterar de qué va la cosa, nosotros somos la tropa, tuercen el agravio recibido para trocarlo en bumerán, como buscando el carnet del orgullo perdido. La gente. Nuestra gente lo quería, nos emplaza a continuar, que se sinceran.

Los dos artistas principales seguramente no fueron paridos para el proscenio, se les nota como un crujir de timideces domadas. El vasco, mejor orfebre ordenado que aprendiz de Savonarola, mejor presidente que candidato, construye argumentos acabados, desgrana propuestas contra los dueños de los contadores, canta la libertad de los chilenos y denosta traiciones de los rivales.

El catalán, añorando quizá la espuma brava de Calella, huye de la retórica como gato escaldado, evita el corte de frases para desespero de audiovisuales y sueña en voz alta con un minuto de juicio al verdugo de los Andes, dádme un minuto, como aquél que ofrecía su reino por un caballo, que luego la izquierda sería más generosa, incluso con los verdugos.

El latigazo convierte esa piel de manzana en rugosa naranja, como un sarpullido de humanidad que se alza, sin barreras. Adivina que vuelven algunos valores, quizá una moral, una manera aseada y digna de cumplir tareas. Las pieles reclaman más, un abrazo fundido, lo que sea, un encender al alba la hoguera de san Juan. Les responde circunspección cuaresmal en el tablado, la flotante sensación de que el pastel, la cosa, requiere fuego lento, no sea que endurezca su esponja. Es una misa contenida, es Bach, no Mozart, mucho menos Beethoven.

Pero, si esto sigue así, igual desafían cifras, ciencia y pronósticos obvios. Igual acarrean alguna sorpresa.

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