Vuelve el hombre de la caverna

"Lo que más se echa en falta son las mujeres", dijo Michel Siffre al regresar al mundo de los vivos tras permanecer 76 días a 100 metros de profundidad y a 900 de la entrada de la gruta de Clamouse, en la región del Herault, al sur de Francia. "Las mujeres y la limpieza", precisó sonriente el espeleólogo para no dejarle todos los méritos de su resurrección a San Valentín, patrón del día.Siffre había empezado la experiencia el pasado 30 de noviembre. Durante todos esos días -él no sabía cuántos habían transcurrido y celebró, en solitario, el fin de siglo seis días antes de la fecha- ha mantenid...

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"Lo que más se echa en falta son las mujeres", dijo Michel Siffre al regresar al mundo de los vivos tras permanecer 76 días a 100 metros de profundidad y a 900 de la entrada de la gruta de Clamouse, en la región del Herault, al sur de Francia. "Las mujeres y la limpieza", precisó sonriente el espeleólogo para no dejarle todos los méritos de su resurrección a San Valentín, patrón del día.Siffre había empezado la experiencia el pasado 30 de noviembre. Durante todos esos días -él no sabía cuántos habían transcurrido y celebró, en solitario, el fin de siglo seis días antes de la fecha- ha mantenido conversación radiofónica con dos personas -"mis ángeles guardianes"- que en ningún caso le suministraron datos de naturaleza temporal, pero que le garantizaban que en ningún instante iba a quedar totalmente desconectado del mundo exterior. Tampoco tuvo acceso a escuchar la radio o ver la televisión. "Si quería hablar, podía hacerlo. Y eso, cuando el desánimo acecha, es muy importante". Para Siffre se trataba de realizar una nueva experiencia sobre "la acción del envejecimiento sobre el ritmo biológico". En 1962 y en 1972, este hombre de 61 años ya se había encerrado solo durante un puñado de días -63 la primera vez, 205 la segunda- en un glaciar de los Alpes, hace ya casi 40 años, y en una gruta de Tejas.

"Esta vez he trabajado menos que en mis dos anteriores encierros", comentaba Siffre, al tiempo que admitía "haber suministrado más datos". Y mientras decía esto señalaba su cuerpo recubierto de electrodos que, cada minuto, proporcionaban al equipo de superficie precisiones sobre la temperatura corporal del espeleólogo, su pulso, el ritmo cardiaco, la intensidad de su sueño y las horas en que se dejaba vencer por éste. Diariamente se sometía a controles de orina, saliva y sangre.

"Las fases de sueño se hacen más cortas con la edad al mismo tiempo que se alargan las siestas. Los años te enseñan a aceptar la realidad de manera más estoica". Para Siffre, lo peor era la incomodidad derivada de tener el cuerpo cubierto por cables. "Y ahora deberé llevarlos durante una semana porque hay que comparar las reacciones del organismo ante la nueva situación. Pero en casa todo será más cómodo; puedes abrir la ventana y ventilarte, ver la gente que pasea o leer lo que quieras".

En la gruta de Clamouse, a unos 30 kilómetros al norte de Montpellier, la temperatura constante era de 15º y la humedad superaba el 97%. La vida se ha desarrollado sobre una plataforma de 40 metros cuadrados equipada con tienda de campaña, congelador y cama. "En varios momentos he tenido ataques de nostalgia o de aburrimiento. La soledad serena y la belleza de la cueva no siempre bastan para mantenerte equilibrado. Respecto a mis dos anteriores inmersiones, lo peor ha sido descubrir que tengo mucha menos memoria, que de pronto soy incapaz de acordarme de lo que hice o pensé ayer", señalaba el espeleólogo, que ideó esta tercera aventura tras la vuelta al espacio del astronauta norteamericano John Glenn en 1998.

El equipo médico que seguía el estudio de Siffre ya anticipaba ayer que "el trabajo de ordenación del más de un millón de datos que queremos utilizar será lento y largo, pero probablemente muy enriquecedor". Para Pierre Simon, investigador que durante años ha investigado sobre los problemas del sueño para ayudar a astronautas franceses y estadounidenses, "este tipo de experiencias-límite nos permite descubrir muchas cosas sobre el hombre normal en situaciones cotidianas".

La barba y las patillas blancas y pobladas de Siffre eran la principal diferencia física entre el hombre que el pasado 30 de noviembre se enterrara en la gruta y el que salía a la superficie. El espeleólogo parecía ayer en muy buena forma física, contento, bromista y relajado. Sin duda, el hecho de haber seguido en contacto verbal con el mundo exterior hizo la transición más fácil.

La prensa especializada que le esperaba le recibió con una gran salva de aplausos y Siffre aceptó responder a las preguntas de los periodistas antes de afrontar la luz solar. "Y eso que tengo muchísimas ganas de verla", dijo. Toda la conversación transcurrió sin que el espeleólogo se sacase su casco rojo coronado de una linterna. "Es mi manera de ver las caras a todos aquellos que me han ayudado y que trabajan desde la sombra. Sin ellos, sin su paciencia, no valdría la pena hacer estas locuras".

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