Tribuna:Elecciones 2000

Yo acuso EMILIO LAMO DE ESPINOSA

"Yo acuso a Aznar de hacer una política errática con los nacionalistas. Cargada de tópicos del pasado cuando fueron oposición y generosa hasta la exageración y el agravio cuando aseguraron su gobernabilidad en base a sus apoyos". Con esta rotundidad se expresaba Almunia el viernes pasado en la Fundación Ortega y Gasset en un discurso titulado Un impulso federal al Estado autonómico al que quiso dar especial trascendencia. La acusación es dura, pero no exenta de argumentos.Si el Gobierno de Aznar ha sabido manejar con mano segura no pocas cuestiones, entre ellas no figura la política autonómica...

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"Yo acuso a Aznar de hacer una política errática con los nacionalistas. Cargada de tópicos del pasado cuando fueron oposición y generosa hasta la exageración y el agravio cuando aseguraron su gobernabilidad en base a sus apoyos". Con esta rotundidad se expresaba Almunia el viernes pasado en la Fundación Ortega y Gasset en un discurso titulado Un impulso federal al Estado autonómico al que quiso dar especial trascendencia. La acusación es dura, pero no exenta de argumentos.Si el Gobierno de Aznar ha sabido manejar con mano segura no pocas cuestiones, entre ellas no figura la política autonómica. Tanto el PNV como CiU, sus dos aliados, han rechazado sus respectivos estatutos de autonomía, se han aliado entre sí para pedir la reforma de la Constitución, y los primeros han iniciado el camino hacia la autodeterminación. Las elecciones de 1996 obligaron al PP a dar un brusco giro a su programa para conseguir el apoyo de CiU y el PNV, pero desde una posición negociadora débil y sin desarrollar modelo alguno. Hoy regresan de nuevo por sus fueros, como si fueran los defensores únicos de la Constitución. El mismo Álvarez Cascos hacía mea culpa sobre el pacto con el PNV, donde acordaron lo accesorio, pero aparcaron lo sustancial; no se puede demonizar hoy al aliado de ayer (¿o es al contrario?). Y éste no es otro problema más: es el principal problema de cualquier Gobierno que acceda a La Moncloa, de modo que juzgar el acierto/fracaso de la política autonómica es entrar en el sancta sanctorum de la política española en este fin de siglo.

El impulso federal al Estado autonómico que Almunia propone parte de la constatación del éxito conseguido en la descentralización administrativa, pero también del éxito (virtual, si se me permite) en la articulación política del nacionalismo. "Nunca tuvo el País Vasco un modelo de autogobierno tan avanzado y complejo", declara Almunia, quien podía haber citado al mismo Arzalluz ("hoy no existe en Europa una autonomía del nivel del Estatuto de Gernika", decía en 1985). Pero el modelo requiere una revisión, y la revisión recuperar el consenso entre los partidos nacionales que se rompió al acordar el PP y CiU un modelo de financiación lesivo para las comunidades socialistas que ha resultado un fracaso. Recuperar el consenso significa, además, recuperar la iniciativa, dejar de ir a remolque de las ofertas, cada vez más aventureras, de los nacionalismos, rompiendo la dinámica de intercambio de autogobierno por gobernabilidad de España iniciada en 1993.

A partir de ese marco, la propuesta se articula en cinco líneas parcialmente conocidas: la transformación del Senado en Cámara territorial; la negociación de un nuevo modelo de financiación de las comunidades autónomas a través de una cesta de impuestos; un compromiso para estabilizar -no cerrar- el modelo, reconociendo hechos diferenciales; una mejora de la cooperación entre las CCAA y el Gobierno formalizando las conferencias sectoriales e incorporando una Conferencia de Presidentes; la incorporación de las CCAA a la UE y a la actividad exterior; y, por supuesto, un fuerte impulso al poder municipal.

Debo decir que no me excita nada el vocablo "federal", que, si pudo tener sentido hace veinte años, e incluso puede otorgar cierta iniciativa -quizás el mejor argumento del discurso de Almunia-, no deja de ser confuso -y levanta recelos- al sugerir una eventual reforma constitucional que el propio Almunia rechaza: "El Estado de las Autonomías definido en la Constitución es el marco... No lo quiero cambiar y no admito su reforma sustancial". De modo que impulso al Estado autonómico, sí; pero impulso "federal", no se sabe qué añade sino lanzar una nube de humo sobre lo que Almunia silenció: no habló de federalismo asimétrico, no concretó el hecho diferencial e hizo pocas y escasas menciones al uso de las "otras lenguas españolas". A diferencia del PP, el PSOE articula en su seno también la tensión centro-periferia, y la distancia entre Maragall y Rodríguez Ibarra sigue abierta. Hay problemas cuya única solución es aprender a convivir con ellos. La propuesta de Almunia camina, sospecho, en esta dirección pragmática: gestionemos el conflicto para que el conflicto no nos lo gestionen otros.

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