Editorial:

Sólo queda Aznar

De los tres cabezas de cartel de las elecciones de 1996 sólo sobrevive uno: el ganador. Pero, a diferencia de entonces, José María Aznar compite ahora para seguir cuatro años más en La Moncloa. De ser así, serían los últimos, según ha prometido reiteradamente. De las otras dos listas nacionales se han caído como candidatos a la presidencia Felipe González y Julio Anguita. El ex presidente González encabezará la lista de su Sevilla natal tres años después de abandonar la dirección del PSOE por decisión propia, para favorecer una renovación que se hacía imprescindible después de 13 años de gobie...

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De los tres cabezas de cartel de las elecciones de 1996 sólo sobrevive uno: el ganador. Pero, a diferencia de entonces, José María Aznar compite ahora para seguir cuatro años más en La Moncloa. De ser así, serían los últimos, según ha prometido reiteradamente. De las otras dos listas nacionales se han caído como candidatos a la presidencia Felipe González y Julio Anguita. El ex presidente González encabezará la lista de su Sevilla natal tres años después de abandonar la dirección del PSOE por decisión propia, para favorecer una renovación que se hacía imprescindible después de 13 años de gobierno. A Anguita ha sido su salud la que le ha persuadido de abandonar la contienda electoral, algo de lo que no le convencieron las sucesivas derrotas que ha encadenado desde 1996 en una vía imparable hacia la marginalidad.En la práctica, no puede decirse que la iniciativa de González se haya traducido en una amplia renovación de personas. El núcleo duro del PSOE resistió todos los envites, incluida la derrota en unas primarias que el propio secretario general, Joaquín Almunia, había convocado. Pero se ha desquitado con una renovación estratégica significativa: la propuesta de la izquierda plural, un pacto de gobierno con Izquierda Unida, que rompía con la autonomía socialista y con la estrategia de alianzas hacia el centro que teorizó y practicó González. Está por ver la profundidad de la estrategia o si ésta sólo vale para la obtención del poder en las urnas.

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Los nacionalistas catalanes y vascos no se han movido. El PNV, desplazándose hacia el nacionalismo radical, mantiene a su candidato, Anasagasti. CiU ha cambiado de cartel (sale Molins y entra Trias), pero mantiene el mismo esquema teórico: hacer valer el peso de sus diputados, sea quien sea el que gane, para obtener ventajas para la Generalitat de Cataluña.

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La principal novedad de las elecciones del 2000 es, pues, el giro socialista. Por primera vez la izquierda plural se presenta con un programa común alternativo al de la derecha. Lo cual introduce en la campaña un factor de intensidad emocional que puede salvar las elecciones de una de sus principales amenazas: la abstención masiva. Al mismo tiempo, las candidaturas conjuntas al Senado de la izquierda dan, excepcionalmente, cierto protagonismo a la segunda cámara, que en veinte años de democracia no ha sabido encontrar un papel político relevante. La futura composición del Senado, en la que es factible que el PP pierda su mayoría absoluta, debería permitir afrontar la tan aplazada reforma.

Con esta bandera, entre otras, se lanza a la batalla electoral la coalición de izquierda. Convertir al Senado en una cámara territorial debería dotar a nuestra democracia de un instrumento de debate adecuado al Estado de las autonomías. De modo que la política autonómica no quedara determinada por las negociaciones, más o menos opacas, entre el Gobierno de turno y los nacionalistas que le apoyan.

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