Tribuna:

La España móvil MIGUEL ÁNGEL FERNÁNDEZ ORDÓÑEZ

Cuando, en 1994, el Gobierno anterior acabó con el monopolio de la telefonía móvil autorizando un segundo operador, nadie pudo imaginar los espectaculares efectos que iba a tener. Ni los más optimistas creyentes en la competencia pudieron soñar con alcanzar 15 millones de abonados en menos de cinco años. Telefónica había detentado el monopolio de la telefonía móvil durante más de 10 años y, sin la presión de la competencia, había conseguido durante esa década apenas algunas centenas de miles de clientes. Esa misma cantidad se ha conseguido en una sola semana en las Navidades. Algunos de los ef...

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Cuando, en 1994, el Gobierno anterior acabó con el monopolio de la telefonía móvil autorizando un segundo operador, nadie pudo imaginar los espectaculares efectos que iba a tener. Ni los más optimistas creyentes en la competencia pudieron soñar con alcanzar 15 millones de abonados en menos de cinco años. Telefónica había detentado el monopolio de la telefonía móvil durante más de 10 años y, sin la presión de la competencia, había conseguido durante esa década apenas algunas centenas de miles de clientes. Esa misma cantidad se ha conseguido en una sola semana en las Navidades. Algunos de los efectos de esta reforma estructural son muy visibles, incluidos los del progreso en manos de algunos maleducados que soportamos en los conciertos, los restaurantes o los trenes. Sin embargo, no somos tan conscientes del impacto que esta reforma tiene en el conjunto de la economía, aumentando la productividad de los españoles y el crecimiento del PIB.Hay dos formas de ver el aumento de la productividad. Una, como aumento de la producción; la otra, observando cómo la misma producción se consigue en menos tiempo. Gracias a la telefonía móvil y a las demás tecnologías que mueven ideas e información se puede hacer todo antes. Ganar tiempo es sinónimo de desarrollo. El PIB no es una medida de stock, sino de flujo, y, por tanto, la tasa de crecimiento aumenta cuando producimos lo mismo que antes, pero en menos tiempo. Y en esto, el móvil tiene efectos extraordinarios, sin hablar de los ahorros de costes de transporte y energía o de las posibilidades de prestar nuevos servicios.

Sin embargo, aunque la ruptura del monopolio haya tenido unos efectos espectaculares en la expansión del móvil, y así haya contribuido al crecimiento que estamos disfrutando, no ha sido suficiente para reducir sustancialmente los precios de su uso. En España no hemos visto aún el efecto más social de la competencia, que es la reducción de precios a niveles de otros países. Los márgenes de beneficios del móvil siguen siendo injustificados porque la competencia es todavía insuficiente, y ello se debe a que, durante la actual legislatura, no se ha avanzado apenas en ampliar la competencia en el móvil. Hemos tenido que esperar hasta el año pasado, el último de la legislatura, para que un tercer competidor pudiera prestar sus servicios, y habrá que esperar a la siguiente para que entre una cuarta empresa, cuando en otros países europeos se están convocando concursos para un quinto y sexto operador. Y es también inaceptable que siga cerrado el mercado sin habilitar el uso de la capacidad y, por tanto, sin dejar entrar a competir a las empresas proveedoras de servicios al consumidor final.

Ante el revuelo ocasionado por los 40.000 millones de pesetas que van a repartirse los directivos de Telefónica, el Gobierno reaccionó aumentándoles los impuestos. El deseo de suavizar la indignación social es elogiable, pero la mejor forma de evitar los pelotazos, los beneficios excesivos, en telefonía móvil, en el suelo o en cualquier otro sector, es aumentar la competencia. Por medio de la competencia, todos los ciudadanos se benefician de los aumentos de eficiencia, y no sólo los empresarios protegidos. Si a lo largo de estos cuatro años se hubiera incrementado la competencia en el móvil y en otros segmentos, los beneficios de Telefónica y el reparto entre sus directivos habrían respondido realmente a esfuerzos hechos en un marco de competencia y seguramente no habría habido tanto escándalo, ya que el conjunto de la población se habría beneficiado también de unos precios bajos.

La telefonía móvil es el corazón de las telecomunicaciones, por lo que no se puede retrasar más la introducción de competencia en sus infraestructuras y servicios. La ruptura del monopolio del móvil aprobada en la anterior legislatura, como otras reformas estructurales, ha ayudado a que España vaya bien, ha servido para aumentar la productividad y crear empleo. Pero hay que pasar de los oligopolios a la competencia para que España vaya bien para todos, y no sólo para algunos.

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