Tribuna:

Empresarios de la confrontación

Un clásico sociólogo de la Escuela de Chicago, gran pianista de blues y hombre de inteligencia sutil, Howard Becker, inventó el término de empresarios de la moral para aludir a quienes hacen industria de los debates morales en su propio provecho. Por ejemplo, los clérigos, policías o políticos que hicieron del Volstead Act, la ley seca que alimentó a la mafia, su negocio o industria particular, consiguiendo más recursos, votos, espacios de opinión pública, cuotas en el mercado de religiones, etcétera. El concepto de empresarios de la moral nos pone así en la pista de un fenómeno más general qu...

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Un clásico sociólogo de la Escuela de Chicago, gran pianista de blues y hombre de inteligencia sutil, Howard Becker, inventó el término de empresarios de la moral para aludir a quienes hacen industria de los debates morales en su propio provecho. Por ejemplo, los clérigos, policías o políticos que hicieron del Volstead Act, la ley seca que alimentó a la mafia, su negocio o industria particular, consiguiendo más recursos, votos, espacios de opinión pública, cuotas en el mercado de religiones, etcétera. El concepto de empresarios de la moral nos pone así en la pista de un fenómeno más general que apunta a quien se beneficia de un conflicto sin estar en él, y en alguna ocasión he utilizado por ello el término paralelo de empresarios de la confrontación.Aludo con ello a que allí donde emerge un conflicto y junto a las dos partes enfrentadas aparece una tercera que, situada al margen y no alineada, hace del conflicto su propio negocio. En ocasiones, para bien, y así surgen pacificadores o mediadores que tratan de desescalar el conflicto u ofrecen fórmulas de solución, arreglos, treguas y entendimientos. Son los empresarios de la pacificación. Pero también aparecen, en sentido contrario, los empresarios de la confrontación, aquéllos que viven del conflicto mismo y cuyos intereses, del más variado orden, dependen de su mantenimiento. Así, en una guerra (lamentablemente en toda guerra), los proveedores de uno u otro bando son los primeros y más obvios empresarios de la confrontación. Pero no son los únicos, y si nos preguntamos a quién beneficia o perjudica una guerra encontraremos siempre el mismo perdedor junto a una variedad enorme de beneficiados. El perdedor universal, por supuesto, es la población civil y, de ella, siempre los más débiles: las mujeres y los niños. Los beneficiados, sin embargo, son múltiples: quienes aprovechan para hacer contrabando, los que acumulan bienes o proveen de servicios ilegalizados, los paramilitares o asesinos a sueldo que medran a su amparo, los banqueros o financieros que inventan canales para el tráfico y blanqueo de divisas, los medios de comunicación que obtienen un coto de caza particular y un largo etcétera.

Por supuesto, lo mismo ocurre con el conflicto vasco (y, en alguna medida, con el catalán). Iniciado como una confrontación ideológica y política entre una minoría radicalizada y el "Estado", pronto encontró ambiguas alianzas en quienes obtienen beneficios directos o indirectos. Para algunos (al menos hace tiempo) era un modo de alimentar el nacionalismo español, resquebrajado por el franquismo. Para no pocos partidos políticos o líderes es necesario que alguien golpee el árbol para recoger tranquilamente sus frutos. Otros, más sutiles, encuentran en la no-alineación el sentido de su propia oferta política. Por ejemplo, todo el pacto de Lizarra, que alimenta hoy al nacionalismo vasco, parasita el conflicto (y lo alimenta) con el alibí de estar por encima de él (blindado). Por supuesto, no pocos medios de comunicación, periodistas, intelectuales (¡incluso columnistas!), construyen su prestigio e ingresos o alimentan su publicidad avivando la confrontación. Y no olvidemos, por supuesto, los intereses económicos mas variados, desde empresas que ven en ello una protección frente a posibles competidores, un nuevo y siniestro arancel, a comercios, bares o restaurantes (incluso barrios enteros) que, identificados con uno u otro de los bandos, son cuarteles civiles, espacios de solidaridad intragrupal o simplemente emblemas de pertenencia. Incluso partes de la Iglesia vasca han visto en la confrontación un modo de ganar cuota local de mercado.

El tema podría ser baladí si no fuera por algo políticamente muy importante: con no poca frecuencia, los conflictos se conservan, más allá del interés de los combatientes, por el interés de los empresarios de la confrontación, de modo que los terceros no-alineados alimentan el conflicto para conservar las bases de su negocio. De hecho, cuando la sociedad civil, origen del conflicto, deja de estar enfrentada, pero son sus líderes quienes elevan retóricamente el discurso de la confrontación, es que esta paradójica situación comienza a ser real. Y sospecho que algo así puede estar ocurriendo ahora mismo en Euskadi.

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