Aspereza

E. CERDÁN TATO

En esta caverna, no se pone nunca la oscuridad. Si diez teólogos despliegan la conciencia, firman y despachan un escrito de perdón al personal, siempre se apresura el purpurado de guardia a ensombrecer la luz. Si un día se declara la evidencia de la participación de la Iglesia católica en la guerra civil, siempre aparece un príncipe triunfante que pide respeto y niega las afinidades con el golpe militar y su consagración, en una sangrienta e impropiamente llamada cruzada. Pero los diez teólogos, sacerdotes y religiosos, ya han ofrecido una limpia señal de humildad y discu...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

E. CERDÁN TATO

En esta caverna, no se pone nunca la oscuridad. Si diez teólogos despliegan la conciencia, firman y despachan un escrito de perdón al personal, siempre se apresura el purpurado de guardia a ensombrecer la luz. Si un día se declara la evidencia de la participación de la Iglesia católica en la guerra civil, siempre aparece un príncipe triunfante que pide respeto y niega las afinidades con el golpe militar y su consagración, en una sangrienta e impropiamente llamada cruzada. Pero los diez teólogos, sacerdotes y religiosos, ya han ofrecido una limpia señal de humildad y disculpa a cuantos fueron maltratados, excluidos y discriminados. La Conferencia Episcopal Española se anduvo con mucho tiento y más ambigüedades: pidió el perdón de Dios para cuantos se vieron implicados en acciones que el evangelio reprueba. Por ejemplo, y así también debe entenderse, la bendición de los cañones franquistas; las palabras del cardenal Gomá: "Paz, sí, pero cuando no quede un adversario vivo"; la conducta de aquel sacerdote de la prisión de Alicante de quien los rojos decían que llevaba un crucifijo del nueve largo: "Hombre, eso parece una exageración". "Sí, su reverencia -admite el viejo republicano borde-. Pues, mire, ahora que lo dice, juraría que sólo era del nueve corto". En esta caverna, no se pone nunca la oscuridad. Es una caverna áspera, destemplada, desdeñosa con la aceptación de la cerrería y del error: el poder, espiritual o mundano, se pretende infalible y hace de la soberbia, argumento; y de la vileza, choteo. Ahora, cuando el siglo se desvanece, el desprecio y la ojeriza, el miedo y el cinismo, continúan encastillados. Eso explica, que aún se ahorquen gatos o que se lleven a la sala del juicio testigos de cargo en paños menores, traspuestos y en angarillas. Qué bárbara estampa. Puede que España tenga otra apariencia, pero no se sacude la gusanera de encima. En esta caverna, el vecino es criatura sospechosa y propicia a los inquisidores o a la peripecia de la montería. Estamos aviados.

Archivado En