Las dos almas del genio

No hay un genio rectilíneo, todos presentan sinuosas ondulaciones de luces y sombras, y Djalminha lleva al extremo esa característica innata. Cuando impone un orden racional a sus cualidades es un futbolista fascinante. Si se abandona al puro instinto, no suscita más que irritación.Llegó a A Coruña hace tres años y estaba convencido de que había fichado por un equipo de los grandes, de esos en los que siempre se caza algún título. Tardó bastante tiempo en darse cuenta de que la realidad era bien distinta, que el Deportivo, aunque llevaba varios años entre los mejores de la Liga, estaba a mucha...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

No hay un genio rectilíneo, todos presentan sinuosas ondulaciones de luces y sombras, y Djalminha lleva al extremo esa característica innata. Cuando impone un orden racional a sus cualidades es un futbolista fascinante. Si se abandona al puro instinto, no suscita más que irritación.Llegó a A Coruña hace tres años y estaba convencido de que había fichado por un equipo de los grandes, de esos en los que siempre se caza algún título. Tardó bastante tiempo en darse cuenta de que la realidad era bien distinta, que el Deportivo, aunque llevaba varios años entre los mejores de la Liga, estaba a mucha distancia de Madrid y Barça, y que sus jugadores, además de por el buen fútbol, siempre se habían distinguido por su laboriosidad. Djalminha se consideraba un artista incomprendido.

Más información

En la finca de su casa de A Coruña, el jugador, que acaba de cumplir los 29 años, se hizo construir una cancha de arena para jugar al fútbol-voley. Y cuando saltaba al césped de Riazor, pensaba que aún seguía en la pista de su casa. Fuera cual fuese el resultado y la circunstancia del juego, Djalminha, por ejemplo, se empeñaba en devolver una pared con el pecho. O cogía el balón, se iba a una esquina, se paraba en seco y esperaba a que le rodeasen tres adversarios para tratar de burlarles, de hacerles sonrojar con algún truco que halagaba su narcisismo aunque no rindiese beneficio al equipo. El fútbol, en la visión autista del genio, se reducía a un juego de malabares. Los entrenadores, y buena parte de la grada, se desesperaban con él.

La temporada pasada, su salida del equipo por una lesión coincidió con los mejores momentos del Deportivo. Llegado el final del campeonato, todos los augurios señalaban que sería devuelto a su país con una etiqueta colgada: "inadaptado". Pero en los últimos dos meses, este Deportivo de la media docena de victorias consecutivas ha sufrido transformaciones asombrosas. La mayor, la de Djalminha, que empieza a entender que aunque el talento resida en el instinto, necesita del gobierno de la razón.

Sobre la firma

Archivado En