Tribuna:

La alegría de votar

Estamos agotando la legislatura y los votantes de la izquierda, tras años de decaimiento, empiezan a recuperar la moral perdida y a considerar que es posible ganar a la derecha en las elecciones generales que tendrán lugar el año próximo. Lo que por ahora no es más que el embrión de una moral de triunfo, se nutre, por un lado, de la constatación de que la derecha, cuando vence, lo hace por un escasísimo margen de votos (y a veces ni eso, como en las últimas elecciones catalanas) y, por otro, de la evidencia de que la suma de los votos de los diferentes partidos de izquierda supera a los del pa...

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Estamos agotando la legislatura y los votantes de la izquierda, tras años de decaimiento, empiezan a recuperar la moral perdida y a considerar que es posible ganar a la derecha en las elecciones generales que tendrán lugar el año próximo. Lo que por ahora no es más que el embrión de una moral de triunfo, se nutre, por un lado, de la constatación de que la derecha, cuando vence, lo hace por un escasísimo margen de votos (y a veces ni eso, como en las últimas elecciones catalanas) y, por otro, de la evidencia de que la suma de los votos de los diferentes partidos de izquierda supera a los del partido que ahora nos gobierna.Si lo primero permite pensar que la victoria está al alcance de la mano, lo segundo fuerza a plantearse un interrogante cargado de desasosiego: ¿por qué no es la izquierda capaz de alcanzar algún tipo de acuerdo que traduzca, en número de escaños, y por lo tanto en posibilidades de gobierno, esa mayoría que alcanza en votos emitidos? La existencia de una izquierda plural en España es una realidad tan evidente como positiva, en la que conviven y compiten por el voto el PSOE-Progresistas, Izquierda Unida y otras izquierdas nacionalistas, ecosocialistas y verdes. Pero esa diversidad y pluralidad no debería impedir la colaboración y el entendimiento entre todos ellos so pena de provocar, como ha ocurrido durante los últimos años, el estupor y el desconcierto más absolutos entre un electorado que sigue siendo mayoritariamente progresista.

Hoy la izquierda gobierna en Francia, Italia y Alemania gracias a los pactos entre diversas fuerzas, por lo que la colaboración o el cogobierno se ha convertido en una de sus principales señas de identidad. También en España, tras las elecciones municipales y autonómicas del pasado mes de junio, la situación ha mejorado considerablemente: los pactos han permitido que la izquierda vuelva a gobernar en ayuntamientos tan emblemáticos como el de Córdoba; que presida y comparta con otras fuerzas el Gobierno de la islas Baleares y, dentro de éstas, el Gobierno del Consell Insular de Ibiza y Formentera; que por el apoyo de IU a su investidura, el socialista Marcelino Iglesias presida el Gobierno autónomo de Aragón y que, por el acuerdo balear, Izquierda Unida tenga representación en el Senado.

Con estos antecedentes, ¿qué hacer para las generales de marzo del año 2000? Aunque la argumentación es bien conocida conviene recordarlo. Nuestra ley electoral sólo permite obtener escaños en el Senado en la mayor parte de las circunscripciones a los dos partidos políticos más votados. Eso hace que, con toda probabilidad, los votos destinados a las demás formaciones se pierdan y que la única manera de rentabilizarlos sea la presentación de candidaturas conjuntas. En el caso de PSOE, IU, PDNI, BNG, IC, EG, Chunta Aragonesista, Verdes, etcétera, la necesidad de la presentación de esas candidaturas conjuntas se hace tan evidente que el tener que argumentar en su favor se convierte en un insulto para la inteligencia de los votantes de todos ellos. No sólo porque sería una forma de materializar de manera más justa la mayoría en votos que la izquierda obtiene elección tras elección, sino porque, en legislaturas como la actual, en que ha gobernado la derecha con mayoría absoluta en el Senado, se le hubiera impedido "colar" directamente por él y sin debate resoluciones tan reaccioriarias como la de las fundaciones en la sanidad pública o el billón de las eléctricas.

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Las próximas elecciones generales las van a decidir medio millón de votantes naturales de izquierda compuesto por personas que, o vienen absteniéndose sistemáticamente, o tendrán derecho a ejercer el voto por primera vez (baste recordar que con que sólo 150.000 electores hubieran cambiado el sentido de su voto en marzo de 1996, el PSOE hubiera derrotado al PP en las urnas).

Las causas de esa abstención son variadas, pero habría que destacar las dos que resultan más alarmantes: la falta de atractivo de buena parte de las candidaturas del PSOE, que presentan una y otra vez las mismas caras, y la importante pérdida de apoyos electorales de IU como consecuencia de la falta de realismo político de la coalición.

Sólo un cambio radical de las relaciones que mantienen entre sí las dos fuerzas mayoritarias de la izquierda española, y de las de ambas con el resto, provocará el que todos esos electores experimenten de nuevo curiosidad e interés por el resultado electoral y que se sientan motivados para darles un nuevo voto de confianza. Pero para animar definitivamente a esa masa decisiva de abstencionistas hay que hacerles recuperar la alegría de votar. Y para eso, una fórmula adecuada podría ser el acudir a las elecciones generales con candidaturas unitarias o con el compromiso de apoyos mutuos para el Senado. Este tipo de acuerdo entre las distintas formaciones de la izquierda les permitiría rentabilizar hasta el último voto emitido en su favor en las elecciones al Senado. La experiencia aislada de 1996, cuando con una candidatura unitaria la izquierda consiguió por primera vez el escaño que en el Senado tienen Ibiza y Formentera, muestra claramente el camino.

El acuerdo para el Senado, por su evidencia, parece el más fácil de lograr, sea de manera global, sea por CCAA y tomando en cuenta lo específico de cada situación. Pero eso no debería excluir la posibilidad de ir más lejos. Y para ello las diversas fuerzas políticas situadas en el ámbito de la izquierda han de iniciar de forma inmediata las negociaciones que les permitan llegar a las elecciones generales próximas con los acuerdos más inteligentes para que no se desperdicie ni un solo voto y para que ninguna de ellas pierda su perfil político propio (por no hablar de dejar clara la voluntad de entenderse tras las elecciones, con la perspectiva incluso de formar un gobierno de coalición similar al de la izquierda francesa).

Pero haría falta algo más: la incorporación a las candidaturas de personas de la izquierda social que aportaran una imagen de renovación de ideas y mensajes, así como de apertura de los partidos a la sociedad (la experiencia de este tipo realizada por Pascual Maragall y sus Ciudadanos por el cambio ha dado un vuelco a la política catalana y ha mejorado la perspectiva de un próximo éxito de la izquierda en las elecciones generales).

En esa dirección parece querer moverse también IU, que aprobó el pasado mes de julio abrir sus candidaturas a personas y grupos al margen de su organización. Y finalmente, pero no con menor importancia, el programa. Entre las recientes propuestas del PSOE y de IU (federalismo, abandono de la energía nuclear, reforma de la ley electoral para incorporar la paridad en las listas, control público de RTVE, reparto del empleo y ley 35 horas, pensiones, etcétera) hay ya un núcleo de programa electoral atractivo. Al que habría que sumar nuevas aportaciones y compromisos en torno a la igualdad de hombres y mujeres, abolición de las discriminaciones por razón de opción sexual, programa de viviendas para jóvenes, etcétera. No hay razón para que no sea posible poner en marcha todo lo anterior o, almenos, una selección parcial de sus variadas facetas. La virulencia con la que han reaccionado a la propuesta los medios más cercanos al Gobierno no deja de ser alentadora.

Juan Ignacio Crespo es presidente de la Asociación no nos Resignamos. Son firmantes también de este artículo: José Francisco Mendi, José Mariano Benítez de Lugo, Ana Segura, Ángel Requena, Isabel Gutiérrez, Ricardo Aroca, Demetrio Ruiz y Enrique del Olmo.

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