Tribuna:

Inadmisible

El centro de Londres se ha convertido últimamente en una sucursal de Arabia Saudí. Cruzando hace unos días el paso subterráneo de Marble Arch me descubrí siendo la única persona europea entre un centenar de árabes. Entre ellos habría seis o siete hombres, pero el resto eran bandadas de mujeres. Mujeres de todas las edades, algunas con niños pequeños de la mano, siempre en grupo con otras. Todas ellas de negro, de lutos espantosos hasta los pies, con esos ropajes enormes y sin forma que son como estuches, cajas mortuorias abrochadas hasta la barbilla. Por encima, cubriendo toda la cabeza hasta ...

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El centro de Londres se ha convertido últimamente en una sucursal de Arabia Saudí. Cruzando hace unos días el paso subterráneo de Marble Arch me descubrí siendo la única persona europea entre un centenar de árabes. Entre ellos habría seis o siete hombres, pero el resto eran bandadas de mujeres. Mujeres de todas las edades, algunas con niños pequeños de la mano, siempre en grupo con otras. Todas ellas de negro, de lutos espantosos hasta los pies, con esos ropajes enormes y sin forma que son como estuches, cajas mortuorias abrochadas hasta la barbilla. Por encima, cubriendo toda la cabeza hasta las cejas, el pañuelo negro. Eso las más afortunadas: porque la mitad además llevaba velo, o esa espeluznante máscara de cuero que tapa frente y boca. Angustiaba verlas, muchas de ellas con apenas catorce o quince años y ya enterradas vivas en la tumba de sus vestiduras y sus costumbres.Una madre con máscara bregaba en una esquina con su hija. La niña era muy chica, tal vez sólo tres años, con su vestidito occidental de flores, sus enaguas crujientes y preciosas, sus zapatos blancos abrochados y dos coletas tiesas rematadas con lazos. Era muy bonita, y tenía temperamento. Pataleaba enrabietada, pidiendo a gritos algo que su madre no le quería dar. Era una personilla minúscula, y, sin embargo, estaba llena de deseos, de voluntad y de carácter. Me pregunté cómo sería su proceso de demolición como persona; de qué manera le romperían el alma a esa niña tan viva para acabar encerrándola en la muerte lenta de su papel de adulta.

Y que no me hablen de las peculiaridades culturales y del respeto a la diferencia. El abuso extremo y el dolor siempre son iguales e inadmisibles; el horror que producen las mujeres de negro de Marble Arch debe de ser el mismo que sintió Darwin, en el siglo pasado, cuando veía a los esclavos de Brasil. Bajo el enlutado silencio de las víctimas se ocultan vidas prisioneras, clítoris rebanados, mujeres con la cara abrasada por ácido, como en Bangla Desh, o con las narices cortadas, como en Pakistán. Ningún respeto y ninguna tolerancia por los verdugos.

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