Tribuna:

El intelecto

La última noticia de periódico sobre inteligencia artificial ha tomado la forma de una liza entre cinco textos literarios. Cuatro escritos por novelistas y el otro por un ordenador provisto de un programa llamado Brutus1. La cuestión es ésta: ¿Podría Brutus producir un relato indistinguible de una autoría humana? No un texto de mayor o menor calidad, puesto que esto sería demasiado corriente, sino de la misma naturaleza? ¿Puede distinguirse su producto? Y ¿se preferiría o no que se distinguiese?Cuando Kaspárov se enfrentó en una partida de ajedrez al Deep Blue de IBM, la máquina acabó venciénd...

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La última noticia de periódico sobre inteligencia artificial ha tomado la forma de una liza entre cinco textos literarios. Cuatro escritos por novelistas y el otro por un ordenador provisto de un programa llamado Brutus1. La cuestión es ésta: ¿Podría Brutus producir un relato indistinguible de una autoría humana? No un texto de mayor o menor calidad, puesto que esto sería demasiado corriente, sino de la misma naturaleza? ¿Puede distinguirse su producto? Y ¿se preferiría o no que se distinguiese?Cuando Kaspárov se enfrentó en una partida de ajedrez al Deep Blue de IBM, la máquina acabó venciéndole. Se deseaba que el ser humano ganara a la máquina, pero, secretamente, la sensación mayor, la más apreciada por su horror, era que la máquina triunfara. La máquina contenía un programa inculcado por jugadores de ajedrez inferiores a Kaspárov, pero le aventajaba en un punto clave. Carecía de sistema nervioso: no se excitaba, no se asustaba con el desarrollo de la partida, no recordaba ni se distraía con una idea infantil que le cruzara la frente. No tenía frente ni, en suma, a nadie delante. La máquina reaccionaba por estímulos que brotaban y se resolvían dentro de sí. Constituía el ensimismamiento absoluto. No jugaba, por tanto. Ni siquiera conocía el juego.

En este otro programa literario, la máquina opera con las mismas leyes básicas, pero posee la pretensión superior no sólo de ganar, sino de producir emociones. En el supuesto de Deep Blue, los programadores se conformaban con resolver problemas; en el caso actual intentan crear problemas nuevos. A la primera máquina le bastaba con vencer, pero la segunda necesita convencer, ser verosímil literariamente. Es decir, verosímil respecto a un relato no real, sino ficticio. La máquina está proyectada para aprender a fingir con competencia; a ser, pues, artificial partiendo de su artificio.

¿Qué mayor lógica podría, por tanto, pedirse a un artefacto? Visto así parece inmediato que su inteligencia artificial se identifique con la inteligencia. Pero no. Si a la Deep Blue le faltó el error para ser perfecta, a Brutus 1 le falta la posibilidad de decir verdades, tontas verdades, para parecer, de verdad, inteligente.

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