Tribuna:

El hortera y el perro de Pavlov

El Diccionario de uso del español de Manuel Seco indica que "hortera" quiere decir "persona de mal gusto y ordinaria". No obstante, a continuación cita un texto de Umbral que añade unas gotas de mayor precisión. Cuando el escritor asegura que Madrid está "convertido en una Brasilia hortera" añade un elemento más al mal gusto y la ordinariez: la pretenciosidad. Un hortera, en lenguaje coloquial, no es sólo un ser sudoroso y rústico que entre sus dedos gordezuelos, cuajados de anillos, maneja billetes de mil, sino que, además, aparenta ser el culmen de la modernidad. Entre lo que el horte...

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El Diccionario de uso del español de Manuel Seco indica que "hortera" quiere decir "persona de mal gusto y ordinaria". No obstante, a continuación cita un texto de Umbral que añade unas gotas de mayor precisión. Cuando el escritor asegura que Madrid está "convertido en una Brasilia hortera" añade un elemento más al mal gusto y la ordinariez: la pretenciosidad. Un hortera, en lenguaje coloquial, no es sólo un ser sudoroso y rústico que entre sus dedos gordezuelos, cuajados de anillos, maneja billetes de mil, sino que, además, aparenta ser el culmen de la modernidad. Entre lo que el hortera es y lo que pretende media un abismo. Un poderoso ejemplo de horterada fue aquel curioso "marxismo cañí" que, al comienzo de la transición, intentaba explicar todo en política merced a "bloques dominantes de poder" y "clases subalternas" con la idea de impartir inapelable doctrina para comprender el mundo. Ya muy alejado en el tiempo, el "marxismo cañí" ha sido sustituido por una especie de "capitalismo cañí" que se parece a la doctrina original y sin adjetivar lo que Rivaldo a Adam Smith. Consiste, en lo esencial, en ser liberal de cara a los demás y estatista e intervencionista hasta el extremo siempre que uno tenga la oportunidad y sea en directo beneficio propio.La muestra arquetípica del "capitalismo cañí" la proporciona Telefónica. Léase el libro de Jesús Mota La gran expropiación (Temas de Hoy, 1998) y allí se podrá encontrar, con testimonios muy difíciles de rebatir, en qué ha consistido su privatización. Empezó por la presión sobre los accionistas institucionales para que aceptaran el aterrizaje de un amigo como presidente. Pasó por subirse el sueldo y nombrar consejeros independientes que de ello no tienen nada. La tercera etapa consistió en mantener un sordo pugilato con la Administración respecto de las tarifas dando las menores facilidades al competidor y regodeándose en las ventajas que da el residuo de monopolio. El modesto portazgo fue crear un imperio mediático para que quienes, en la cúspide del Gobierno, se sentían acomplejados por no ser lo bastante queridos tengan ahora un poco más de seguridad en sí mismos. El "capitalismo cañí" en su última fase supone querer blindarse para no ser desplazado, intento del género ridículo porque si el PSOE gana las elecciones un día hará exactamente lo mismo y con idéntico resultado.

Todo cuanto antecede resultaba ya perfectamente conocido y comprobado. Lo era tanto que no es extraño que la descripción suene redundante y repetitiva. Lo que ha sido relativamente nuevo ha sido la horterada consistente en tratar de presentar la zafia ordinariez como una muestra de exquisitez posmoderna. Ya cuando Telefónica pretendió la heroicidad de contratar a un comisario europeo para emplearlo en beneficio propio -en materias cuya responsabilidad ni siquiera había abandonado tal cargo público- patinó en el fango de la horterada. Ahora, poniendo un pretencioso anuncio para explicar lo intolerable, la primera empresa riza el rizo de la pretenciosidad. Todo lo demás puede ser "capitalismo cañí"; el anuncio es ya sólo imaginable en un hortera. Lo sucedido en este caso y en tantos otros -el lino, las exenciones o las subvenciones, por ejemplo- testimonia que también en el PP el contubernio entre lo público y lo privado puede acabar con la inmoralidad o la desvergüenza (o ambas a la vez). En otro tiempo, los supuestos principios parecieron hacer tolerables los atajos; hoy se justifica casi cualquier cosa con una versión gravemente adulterada de la economía de libre mercado. La reacción refleja del PP -estilo perro de Pavlov- ha consistido siempre en recordar el pasado y desgarrarse las vestiduras ante los supuestos horrísonos males derivados del solo hecho de la denuncia. Al menos en esta ocasión ha rectificado con rapidez. Pero ¿no sería mucho mejor que partiera de que existe un problema en las resbaladizas fronteras entre lo privado y lo público? Si, en vez de abandonarse al acto reflejo, meditara un poco, descubriría que es mucho más rentable a medio plazo tratar de crear un consenso con la oposición sobre códigos de conducta en estas materias.

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