Editorial:

Combatir el desastre

LOS DESASTRES del siglo son cada vez más frecuentes. Por recordar los más recientes, el huracán Mitch o el terremoto de Turquía. Para los indios, el ciclón del siglo es el que ha asolado durante tres días el Estado oriental de Orissa, en la bahía de Bengala, y ha dejado un rastro de muerte y devastación que nadie todavía se atreve a cuantificar. Las estimaciones de muertos van desde 3.000 a 50.000; las de damnificados, de uno a dos millones de personas, a las que la lluvia y vientos de hasta 260 kilómetros por hora han privado de todo, excepto de sus miserables vidas.La Cruz Roja, que a...

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LOS DESASTRES del siglo son cada vez más frecuentes. Por recordar los más recientes, el huracán Mitch o el terremoto de Turquía. Para los indios, el ciclón del siglo es el que ha asolado durante tres días el Estado oriental de Orissa, en la bahía de Bengala, y ha dejado un rastro de muerte y devastación que nadie todavía se atreve a cuantificar. Las estimaciones de muertos van desde 3.000 a 50.000; las de damnificados, de uno a dos millones de personas, a las que la lluvia y vientos de hasta 260 kilómetros por hora han privado de todo, excepto de sus miserables vidas.La Cruz Roja, que acumula estadísticas precisas, asegura que en la última década las catástrofes naturales triplican las que afectaron al planeta en los años sesenta. Los estudiosos son casi unánimes al considerar, por ejemplo, que el calentamiento de la Tierra está contribuyendo a la severidad progresiva de los fenómenos climáticos en zonas tropicales: el Niño en 1997-1998 o el Mitch hace un año. Las calamidades no sólo se producen ahora con excesiva frecuencia, sino que sus efectos suelen ser tanto más devastadores cuanto más aumentan la población, la degradación medioambiental o la pobreza. La necesidad de sortearlas de la mejor manera posible se ha convertido en cuestión acuciante.

Los máximos perdedores, también cuando la naturaleza ruge, son siempre los que menos tienen. Frente al conocimiento científico y la capacidad de maniobra de las sociedades desarrolladas -donde la predicción es mucho más precisa y mayor la capacidad de la población para desplazarse en masa o protegerse-, los efectos de las calamidades son inmisericordes en las naciones pobres, donde una conjunción de elementos políticos y económicos hace a sus poblaciones especialmente vulnerables. Cuatro días después de que se desatara el ciclón sobre Orissa (con una población de 32 millones de personas), se sigue ignorando casi todo sobre sus consecuencias.

Los países subdesarrollados carecen de la panoplia de los ricos para combatir el sufrimiento y los daños de una catástrofe. Pero hay medidas que una Administración responsable -y la India es una gigantesca democracia y un poder nuclear- puede adoptar para atemperarlos. Desde la enseñanza escolar específica hasta la mejora de las políticas medioambientales o la eficacia de la lucha epidemiológica posterior. A los Gobiernos con necesidades acuciantes suele parecerles que gastar dinero en prevenir desastres naturales o paliar sus efectos es despilfarrarlo. La experiencia demuestra justamente lo contrario.

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