Cientos de personas del país bailan en una antigua estación sevillana

Danzan y danzan, pero no son malditos, porque ellos lo hacen por amor al baile y no están sujetos a las normas de ningún concurso ni a la exclavitud de un premio. Una vez al mes, cientos de bailarines de España dan rienda suelta a su esqueleto en alguna estación del país. Ayer tocaba Sevilla. Una antigua estación ferroviaria convertida hoy en centro comercial sirvió de improvisada pista donde aragoneses, valencianos, madrileños, incluso algún francés, agarraron a su pareja y se marcaron unas piezas. ¿Por qué en una estación? No saben explicarlo muy bien, "por hacerlo más original", aventura Eu...

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Danzan y danzan, pero no son malditos, porque ellos lo hacen por amor al baile y no están sujetos a las normas de ningún concurso ni a la exclavitud de un premio. Una vez al mes, cientos de bailarines de España dan rienda suelta a su esqueleto en alguna estación del país. Ayer tocaba Sevilla. Una antigua estación ferroviaria convertida hoy en centro comercial sirvió de improvisada pista donde aragoneses, valencianos, madrileños, incluso algún francés, agarraron a su pareja y se marcaron unas piezas. ¿Por qué en una estación? No saben explicarlo muy bien, "por hacerlo más original", aventura Eugenio Úbeda, uno de los organizadores. Mambos, tangos, pasodobles. De todo, y bien bailado. Pero, ¿por qué se concentran en distintas ciudades si pueden bailar incluso en el salón de sus casas o en la discoteca del barrio? Estos locos por mover el esqueleto aducen numerosas ventajas a estas reuniones. Francisco López llegó desde Canarias. Es abogado y tiene 52 años. Para él, bailar es una forma maravillosa de combatir el estrés y dice además que es buenísimo para resolver conflictos matrimoniales, antes y después del desastre. "Además, te relacionas con las personas".

Desde Zaragoza, un simpático matrimonio, él, funcionario de correos, ella, ama de casa, se recuperan de las últimas canciones bailadas. Luis Gracia y María Jesús Gracia -ya se ha dicho que son matrimonio- echan en la pista sus apellidos a raudales. "Ves bailar a la gente y te entra el gusanillo", dice Luis. Y su mujer añade mientras se toca la tripa: "Y no veas cómo baja esto".

Hasta cuatro horas sin parar de bailar ha estado alguna vez Santos, un constructor de Madrid. "A mi mujer y a mí nos gusta el baile porque de jóvenes era una de las pocas diversiones que teníamos. Pero los chicos de ahora también se están enganchando. No todos se mueven a ritmo de bacalao. Esto es una droga", dice animado.

Así han pasado el puente estos locos del baile.

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