Tribuna:

Chovinismo

Hay controles educativos que responden a una peculiar mala educación por parte de quienes los practican. Se trata, según todos los síntomas, de un desliz que se propagó al mismo tiempo que determinadas comunidades autónomas conseguían la competencia en materia de educación. Eso es al menos lo que parecen dar a entender los responsables de la vigilancia pedagógica en esas comunidades. Por lo que respecta a Andalucía, ya me habían llegado copiosas noticias sobre los excesos que han venido perpetrándose en este sentido desde hace años. Pero me costaba trabajo admitir que la estrechez de miras cul...

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Hay controles educativos que responden a una peculiar mala educación por parte de quienes los practican. Se trata, según todos los síntomas, de un desliz que se propagó al mismo tiempo que determinadas comunidades autónomas conseguían la competencia en materia de educación. Eso es al menos lo que parecen dar a entender los responsables de la vigilancia pedagógica en esas comunidades. Por lo que respecta a Andalucía, ya me habían llegado copiosas noticias sobre los excesos que han venido perpetrándose en este sentido desde hace años. Pero me costaba trabajo admitir que la estrechez de miras culturales se confundiera con una variante subrepticia del chovinismo.Precisamente en estos días ha vuelto a aflorar ese ingrato asunto del control que se ejerce en ciertas autonomías sobre el contenido de los textos escolares. La cuestión incluso podía llegar a ser pintoresca, o chistosa, si no fuese disparatada. Como es sabido, unas comisiones de técnicos se dedican a supervisar los manuales destinados a lo que en mis tiempos se llamaban enseñanzas primaria y secundaria y ahora se nombran con siglas insulsas. Por supuesto que desapruebo una gestión que coincide demasiado con las mañas de la censura previa. Y lo más impresentable es el baremo corrector que aplican esos supervisores a lo que consideran inapropiado para los escolares andaluces. Y al parecer para el porvenir cultural de la autonomía. Lo dicho.

Los desatinos que se podrían recordar a este respecto son incontables. El otro día, sin ir más lejos, se publicó en este periódico un ejemplo difícil de creer: un experto de la Junta pidió que en un manual escolar se sustituyera "el tambor como instrumento" por "el tambor rociero". Con eso está dicho todo. Pero lo que en verdad me parece inadmisible no es ya ese tipo de majaderías de andar por casa, sino la manifiesta tendencia a destacar el valor de lo propio en detrimento de lo ajeno. O sea, una especie de tabarra pueblerina llevada a sus extremos más zafios. Se desatiende la instrucción de alcance universal para enaltecer la de ámbito regional; se desplaza lo que queda más allá de nuestras fronteras para realojar mejor lo que tenemos dentro. Y eso no es sino una forma de empobrecimiento impuesta con imperdonable vanagloria. Se han alcanzado así delirios patrioteros verdaderamente primorosos, instaurando de ese modo una educación restrictiva que sólo atiende a las presuntas conveniencias de esa entelequia llamada cultura andaluza.

Aparte de los serios problemas que acarrean tales correcciones de textos, sobre todo por la diversificación de ediciones, sin duda que semejante manipulación resulta decididamente reñida con una justiciera calidad de la enseñanza. ¿En nombre de qué imposibles beneficios debe supeditarse la información cultural a unos torpes acomodos de la geopolítica educativa? Aunque yo no comparta en absoluto ciertos tejemanejes de la globalización, pienso que en este caso lo único sensato es reconocer que mientras mayor sea el área geográfica atendida, más posibilidades habrá de ensanchar los conocimientos. Lo demás suena a tambores rocieros.

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