Blas de Otero

JOSÉ MANUEL ALONSO

Una inmensa mayoría de poetas, sobre todo aquellos que no tienen grandes escenarios para mostrar sus sentimientos, se reúnen cada martes por la tarde en el Café Boulevard de Bilbao para, en plena paz, pedir la voz para soltar las palabras de sus versos y escuchar las de otros, o para homenajear a quien se fue y sigue aún vivo en sus rimas, o a quien está vivo y sus poemas son para recitarlos y compartirlos entre amigos que además son poetas. Hace una semana el homenaje de este grupo de poetas estuvo dedicado a un "ángel fieramente humano", Blas de Otero: el poeta del...

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JOSÉ MANUEL ALONSO

Una inmensa mayoría de poetas, sobre todo aquellos que no tienen grandes escenarios para mostrar sus sentimientos, se reúnen cada martes por la tarde en el Café Boulevard de Bilbao para, en plena paz, pedir la voz para soltar las palabras de sus versos y escuchar las de otros, o para homenajear a quien se fue y sigue aún vivo en sus rimas, o a quien está vivo y sus poemas son para recitarlos y compartirlos entre amigos que además son poetas. Hace una semana el homenaje de este grupo de poetas estuvo dedicado a un "ángel fieramente humano", Blas de Otero: el poeta del amor por su Bilbao "sí pero no", poeta extraordinario que amaba a su tierra de manera clara y dura, criticándola sobre todo en lo social, que hacía "redoblar" su conciencia como una campana de noble metal pidiendo solamente paz.

Este poeta, el más poeta de la poesía social, volvió a vivir ("con los ojos bien abiertos") su vida y sus obras en un café inaugurado en 1861 y cerrado poco después de la muerte de Blas de Otero, en 1979, para volverse a abrir y hacer un hueco a poetas y tertulianos. Allí Blas, al cumplirse los veinte años de su muerte, escuchó de nuevo la palabra desnuda y apasionada y recibió el homenaje de más de doscientos poetas.

Se recitaron versos sentidos y Angel Ortíz Alfau hizo una única petición: que se editen todas las obras completas del poeta, algunas inéditas y todas repletas de ese malabarismo verbal que a veces recuerda a Quevedo y otras, cuando la expresión es más apasionada y tajante, a Miguel Hernández, pero que son tan propias como sus gritos o sus llamas furiosas y obstinadas, en un continuo "redoble de conciencia". Obras que deberían iniciarse con aquellos sus primeros versos que el recitaba en un sótano de algún bar sellado por gritar libertad, obras que sigan con aquel su Cántico espiritual en el que está la "angustia de ser" clamando a Dios o enfadándose con Él. Obras de Blas de Otero en las que brota siempre la sangre, fuerte y cálida, porque para este bilbaíno todo late y todo sangra repleto de vida.

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