Tribuna

Los tres mosqueteros

No ha sido un mal año para el golf español. Jose María Olazábal, recuperado de una lesión que podría haber acabado con su carrera profesional, gana el Masters de Augusta. Miguel Ángel Jiménez, de los jugadores desconocidos del mundo, como dicen los americanos, el mejor. Y Sergio García...bueno, ¿qué más se puede decir? La revelación bomba del 99.Ahora, apenas dos semanas después de su heroica actuación en la Ryder Cup, los tres mosqueteros se traen la Copa Dunhill a España por primera vez, batiendo a 15 países (entre ellos los Estados Unidos, Inglaterra y Escocia) representados por jugadores d...

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No ha sido un mal año para el golf español. Jose María Olazábal, recuperado de una lesión que podría haber acabado con su carrera profesional, gana el Masters de Augusta. Miguel Ángel Jiménez, de los jugadores desconocidos del mundo, como dicen los americanos, el mejor. Y Sergio García...bueno, ¿qué más se puede decir? La revelación bomba del 99.Ahora, apenas dos semanas después de su heroica actuación en la Ryder Cup, los tres mosqueteros se traen la Copa Dunhill a España por primera vez, batiendo a 15 países (entre ellos los Estados Unidos, Inglaterra y Escocia) representados por jugadores del más alto nivel. Y compitiendo nada menos que en Saint Andrews, en el Royal and Ancient Club, la cuna y catedral del real y antiguo deporte.

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Todo lo cual conduce a la irrebatible afirmación de que, hoy por hoy, el deporte profesional que los españoles (aunque sólo sean tres) juegan mejor es el golf. No el fútbol, por más tentadores que parecen ser los augurios. Ni siquiera el tenis. El único deporte de trascendencia mundial donde se puede decir que España está en la élite es el golf. Con la excepción de los Estados Unidos, España demostró ayer una vez más ser el país que dispone de los mejores jugadores del planeta.

Hecho que resulta extremadamente curioso. Pero así es. España para el golf es como Holanda para el fútbol. Los Estados Unidos serán Brasil, Tiger Woods su Pelé, pero España se ha convertido en una fábrica de estrellas de golf. Ballesteros, Olazábal, García son los Cruyff, los Gullit, los Van Basten españoles. Lo que resulta más extraordinario aún es que España es un país donde poquísima gente juega al golf. Cada año, seguro que hay más turistas extranjeros que nativos jugando en los campos españoles, participando en esa especie de masoquismo que suele ser el golf de fin de semana. Como dicen los que saben, una vuelta de golf es la mejor manera de garantizar que un agradable paseo se convierta en una pesadilla.

Y en cuanto a tradición de afición por el golf, nula. Ballesteros ha tenido muchísimos más fans en Gran Bretaña, donde a Sevi lo consideran uno de los suyos, que en la tierra donde nació. Por lógica, España debería de jugar al golf a más o menos el mismo nivel que juega al rugby. Pero ayer, mientras los Springboks suráfricanos le daban una esperada paliza a la selección española de rugby, el trío español vencía sin apuros al equipo de Ernie Els, el simpático gigante suráfricano tan superdotado que dudó seriamente a los 16 años entre optar por el rugby o el golf como su deporte preferido.

Els ayer le ganó a García, como después Craig Parry, el numero uno australiano, lo hizo en la final. Pareciera ser que de la misma manera que Sergio contagia a sus compañeros de equipo con su optimismo, sus rivales se crecen cuando juegan con él. Els y Parry estuvieron infalibles. Aunque, pareciera al final que, contra Parry (Popeye, le llaman, pequeñito pero fuerte), Sergio iba a confeccionar una vez más uno de sus milagros. Después de ir perdiendo uno a cero desde el primer minuto y de lograr el empate en el minuto 90, con un putt monumental en el hoyo 18, Sergio perdió la concentración y falló contra Parry en la tanda de penaltis, en el primer hoyo del desempate.

Ayer fueron los viejos zorros los que ganaron la copa no oficial del mundo para España. En un campo plagado de bunkers como ningún otro, como si fueran trincheras en un campo de batalla, Olazábal y Jiménez mantuvieron esa frialdad bajo el fuego, esa dureza mental, que es la cualidad indispensable del gran jugador de golf. Porque el golf, más que ningún otro deporte, no se juega contra el rival. Se juega contra sí mismo. Y, en el caso de Saint Andrews ayer, contra la naturaleza. El viento fue el gran enemigo en la semifinal y final de la Copa Dunhill. El viento del Mar del Norte cambia de velocidad y dirección a cada minuto y pone a prueba la paciencia de tal manera que sorprende que los jugadores de golf no se conviertan todos al budismo.

O los que juegan aquí, por lo menos. Lo apasionante del golf es que las condiciones de juego cambian drásticamente de campo a campo. Los españoles, como han demostrado en estas últimas semanas, los dominan todos. El equipo americano se tuvo que rendir en la Dunhill ante el monstruo escocés. Olazábal, que (no nos olvidemos) sigue siendo el más destacado jugador español, ha vencido este año tanto a la magnífica artificialidad de Augusta como a la belleza salvaje de Saint Andrews. España se ha entusiasmado con la hazaña de Olazábal, la roca de la Copa Dunhill, y sus dos heroícos compañeros. Si existiese una empresa que vendiese acciones de golf español en la Bolsa de Madrid, hoy mismo sería el momento de vender la casa y comprar.

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