Tribuna:

Insaciables

Avanza septiembre. Caducan las vacaciones. Apenas resisten los veraneantes de temporada, una especie amenazada de extinción. En las capitales cunden las noticias sobre los medios informativos. Queda a la vista el engorde de algunos grupos multimedia. Cada día, el parte registra un avance y da cuenta de cómo los afines han engullido otras organizaciones que andaban sueltas, más o menos necesitadas o prósperas. Se escuchan declaraciones de ambición oceánica, pero, esta vez, sin suscitar entre nuestros acendrados liberales ninguna de aquellas salvas de recelos estruendosos e interminables, reserv...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Avanza septiembre. Caducan las vacaciones. Apenas resisten los veraneantes de temporada, una especie amenazada de extinción. En las capitales cunden las noticias sobre los medios informativos. Queda a la vista el engorde de algunos grupos multimedia. Cada día, el parte registra un avance y da cuenta de cómo los afines han engullido otras organizaciones que andaban sueltas, más o menos necesitadas o prósperas. Se escuchan declaraciones de ambición oceánica, pero, esta vez, sin suscitar entre nuestros acendrados liberales ninguna de aquellas salvas de recelos estruendosos e interminables, reservados para las expansiones de los considerados desafectos. Entonces, in illo tempore, los ideólogos de cabecera propugnaban medidas legales y gubernativas que impidieran las concentraciones, connotadas como mutiladoras de la libertad. Ahora, las concentraciones son como es debido, es decir promovidas por los amigos. De ahí que los denuestos ante el fenómeno se hayan trocado en manifestaciones de júbilo, acordes con la racionalidad del mercado y las necesidades del progreso y de la modernidad.Llegados a este punto, se impone recordar algo bien averiguado, que todo poder tiene vocación periodística. El poder político, desde luego, pero también los poderes sociales, religiosos, empresariales, sindicales o numismáticos. Cualquier poder, cualquier ángulo de la vida que se confiere como poder, inmediatamente genera una activa vocación periodística, en el sentido de manifestar un interés añadido por difundir la buena nueva de su verdad, de sus pretensiones, de sus ambiciones, de sus proyectos, para los que se apresura a recabar el asentimiento de una manera insaciable. La insaciabilidad es nota esencial, como se prueba por el hecho verificable cada día de que incluso el medio más gubernamental que quepa imaginar, cuando es examinado por su Gobierno de referencia, recibe reproches de insuficiente adhesión y de tibieza deplorable. Siempre a los titulares del poder todo elogio tiende a parecerles insuficiente y toda crítica, acerba y excesiva. Estos últimos días brindan aquí mismo ejemplos luminosos, pero recuerdo el año pasado en La Habana quejas entre algunos de la nomenclatura por el comportamiento de Gramma.

Además, advierto por última vez y en primer lugar al PP, a CiU y al PNV de que la política de mera acumulación de medios en absoluto garantiza resultados electorales y de que puede ser contraproducente, provocando la huida vengativa de las audiencias propensas, en ocasiones, a premiar a los críticos del poder y a penalizar a los sumisos a la disciplina gubernamental de cualquier género que sea. Porque dentro del espectro político cada uno de los medios de comunicación emite con una determinada longitud de onda, que puede estar próxima o incluso coincidir con la de un determinado partido político en plan armonía preestablecida de Leibnitz, pero se ha demostrado que para un medio la sujeción disciplinaria de su proyecto editorial a la ejecutiva de una organización partidista resulta letal casi sin excepciones.

Tiendo a pensar que no hay periodismo inocente y discrepo de esa concepción interesante angelical del oficio, situado por los amantes de la irresponsabilidad en la asepsia perfecta. El periodista más objetivo e independiente que pueda imaginarse debe saber que ninguna realidad permanece igual a sí misma después de haber sido difundida como noticia. Los medios informativos se utilizan o sirven o ayudan de manera más o menos consciente en muy diversas direcciones. En los medios se preparan las guerras y las paces, se incita a la xenofobia y a la convivencia. Y, a veces, los medios, como escribe Joseph Conrad en su Crónica personal, parece que "nada tuvieran que decir al hombre que ha obsequiado al mundo entero con un ejemplo perfecto de cómo triunfa quien asienta sus acciones en el egoísmo, el carácter, la determinación y la industriosidad".

Recuerda Graham Greene, en uno de sus textos periodísticos recopilados con primor en el volumen Reflexiones por la editorial Prensa Ibérica, que siempre ha interesado a determinados Gobiernos envenenar los pozos de la psicología, fomentar las rechiflas, los abucheos, restringir la simpatía que se tienen los hombre entre sí. Considera que es más fácil la tarea del Gobierno siempre y cuando unos y otros griten galileo, papista, fascista, comunista y propugna que los periodistas den pie al entendimiento hacia los que se encuentran más allá de la linde. Entiende que el periodista siempre ha de estar en el bando de las víctimas y las víctimas van cambiando. Y se pronuncia contra la lealtad mecánica que nos confina a las opiniones recibidas y nos impide comprender con simpatía a los compañeros que disienten. Veremos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En