Tribuna:

Perros

Corren malos tiempos para los canes. El perro, en su relación con los humanos, atraviesa una de las peores rachas que se recuerdan sin que los de su especie hayan hecho nada de lo que se les pueda responsabilizar para merecerlo.La culpa es siempre del hombre. Lo es cuando los entrena para atacar a hipotéticos enemigos sin tener en cuenta que carecen de la capacidad de discernir quién puede ser realmente hostil, y lo es cuando, sin tomar las debidas precauciones, introduce en el ámbito convivencial de los seres racionales a animales de presa cuyos instintos naturales ponen en riesgo la integrid...

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Corren malos tiempos para los canes. El perro, en su relación con los humanos, atraviesa una de las peores rachas que se recuerdan sin que los de su especie hayan hecho nada de lo que se les pueda responsabilizar para merecerlo.La culpa es siempre del hombre. Lo es cuando los entrena para atacar a hipotéticos enemigos sin tener en cuenta que carecen de la capacidad de discernir quién puede ser realmente hostil, y lo es cuando, sin tomar las debidas precauciones, introduce en el ámbito convivencial de los seres racionales a animales de presa cuyos instintos naturales ponen en riesgo la integridad física de las personas.

Así, en los últimos tiempos hemos asistido a varios sucesos trágicos en los que se ha venido abajo el viejo aforismo que atribuye al perro el honor de considerarlo como el mejor amigo del hombre.

Cuando una anciana resulta gravemente herida por el ataque del pit-bull de su nieto como ocurrió en Colmenar Viejo, o un vecino de Torrejón de Velasco sufre la amputación de un dedo por el mordisco de otro perro de esa misma raza, o, lo que es mucho más grave, cuando una niña de tres años muere como sucedió en Valencia el pasado mes de julio por el ataque de un rottweiller, la reacción inmediata es denigrar al animal y no tanto al amo. Semejante injusticia viene en gran medida provocada por el auge de ciertas modas que consideran a los perros como objetos manipulables y olvidan su condición de seres vivos. Así tenemos el clásico señor que adquiere un dogo o un doberman como el que se compra un revólver o un rifle de repetición con la gran diferencia de que para entrar a una tienda de animales no necesita una licencia de armas.

Está también el clásico machote que exhibe su mastín como complemento a su propia musculatura, o el de aquellos que combaten el complejo de inferioridad acompañándose de un perro grandote o de aspecto feroz. A ninguno de estos especímenes de la raza humana le corresponde a mi entender el título de amante de los animales, como tampoco le pertenece a quienes compran un perro para utilizarlo igual que si fuera un juguete.

Son muchos los que, llevados por un aparente acceso de ternura, la búsqueda de un regalo original a su pareja, o el capricho de los niños, adquieren un cachorro sin pensárselo dos veces. Al principio todo es estupendo. Constituye una novedad en la rutina doméstica, resulta encantador, divertido, y su tamaño permite llevarlo de un lugar a otro sin mayores complicaciones. Todos en casa quieren jugar con él y hasta se disputan ponerle la comida, acariciarle o sacarle a pasear. Un día el perrito rompe el jarrón de la abuela o mordisquea las cortinas del salón recién estrenadas. Al siguiente se mea sobre la alfombra o su tránsito intestinal no resiste los retrasos en la hora de salida y deja incómodas muestras de ello en el hall, la escalera o el ascensor. El perro empieza a resultar un incordio y hay que establecer turnos porque ya nadie quiere pasearle. Con la llegada del verano, las vacaciones y los viajes, lo que era una molestia se convierte en un gran problema. La secuencia no es generalizada y son, por fortuna, mayoría quienes les otorgan un trato responsable, pero cada año aumenta espectacularmente el número de animales domésticos que son arrojados a las cunetas de las carreteras españolas o abandonados lejos de casa para que no sepan regresar. Son esos perros que andan sueltos, con la mirada temerosa y desconcertada. Animales incapaces de valerse por sí mismos, muchos de los cuales terminan destripados bajo las ruedas de un coche en la autopista.

Nuestro país está a la cabeza de la Unión Europea en cuanto a abandono de animales domésticos. Cifras que han disparado aún más en los últimos meses los propietarios de perros de razas calificadas como peligrosas que optan por deshacerse del animal alarmados por la responsabilidad que pueda derivarse de las agresiones, o los gastos de los seguros.

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Un perro no es un juguete, ni un arma, es un ser vivo dotado de sentimientos y niveles notables de inteligencia. Con la educación adecuada y sabiéndole tratar será el amigo más fiel y no hará daño a nadie. Todo depende del amo.

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