Pistolero y de Jerez

RETRATOSAntonio Pica nació en Jerez en 1930. "Ése es el año verdadero, porque en el carné pone en el 33 y en uno de mis pasaportes, en el 80", explica. Lo cierto es que este actor sigue exhibiendo la misma apostura que le llevó a los platós de cine hace ya muchos años. Su carrera en el mundo del espectáculo arrancó en el Café Gijón, cuando su buena planta llamó la atención de un cazatalentos del mundillo publicitario, que hizo de él un rostro popular de los medios. "Salía más que El Lute", recuerda. Antonio Pica se había empleado como banderillero junto a diestros como Rafael Ortega o Antonio ...

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RETRATOSAntonio Pica nació en Jerez en 1930. "Ése es el año verdadero, porque en el carné pone en el 33 y en uno de mis pasaportes, en el 80", explica. Lo cierto es que este actor sigue exhibiendo la misma apostura que le llevó a los platós de cine hace ya muchos años. Su carrera en el mundo del espectáculo arrancó en el Café Gijón, cuando su buena planta llamó la atención de un cazatalentos del mundillo publicitario, que hizo de él un rostro popular de los medios. "Salía más que El Lute", recuerda. Antonio Pica se había empleado como banderillero junto a diestros como Rafael Ortega o Antonio Bienvenida, fue campeón de Andalucía de salto con palanca y, finalmente, empleado en extracciones del Sáhara argelino, "a la descubierta del petróleo, allá por el 58". "Cuando se proclamó la independencia de Argelia, volví a Madrid, en una época en la que el cine era industria: se hacían 250 películas al año", recuerda con cierta nostalgia. "Hoy hay 3.500 actores y sólo se producen 50. Fíjate si hay hambre", añade. Los papeles que le encargaban, dada su complexión atlética, eran siempre personajes de acción: sheriffs, policías, centuriones romanos. "Montar a caballo, lanzar cuchillos y boxear eran actividades que no tenían secretos para mí. Lo único difícil era hacerlo a la primera, porque no podíamos gastar mucho celuloide", afirma. Ello no impidió que trabajara junto a actores tan afamados como Gian Maria Volonté, Yves Montand o José Luis López Vázquez, y que se pusiera a las órdenes de directores como George Cukor. Pero a mediados de los años setenta llegó la crisis. Las películas del Oeste y los filmes de acción de bajo presupuesto se agotaron. "Estaba demasiado encasillado, cuando a mí lo que me apetecía era hacer comedias como las de Cary Grant. Como sólo sabía hacer dos cosas en la vida -la faena de actor y sacar petróleo-, volví al petróleo", relata. El mar del Norte, el golfo Pérsico, Suez y Brasil fueron sólo algunos de sus destinos. A pesar de estar ya jubilado, el nombre de Antonio Pica volvió a saltar a las carteleras, hace ahora casi cuatro años. Francisco Gordillo le llamó para trabajar en Licántropo, filme de terror protagonizado por Paul Naschy y Amparo Muñoz. "No es que me picara el gusanillo. A mí sólo me pica el gusanillo cuando veo los verdes", comenta, frotándose las yemas de los dedos como quien acaricia un billete. El teatro no le tentó, y no precisamente por razones crematísticas. "Me di cuenta de que en Madrid lo primero que hacen es quitarte la identidad, o sea, el acento. Tengo la sensación de que estoy condenado a hacer el teatro de los Álvarez Quintero", se lamenta. "En Arsénico para dos, una obra en la que trabajaba junto a Sancho Gracia y Tomás Blanco, yo hacía de policía inglés. Y en un momento determinado se me escapó un "señó comisario". El director vino a abroncarme y yo le contesté: "¿no se da cuenta de que los bobbies de Gibraltar hablan así?". En estos momentos, Pica prepara un nuevo proyecto, aún bajo secreto de siete llaves, junto a su compañera, Amalia Vilches, y Carla Calderón Hedman. Le satisface sentirse como profeta en su tierra, ya que una hermosa plaza de Jerez llevará en breve su nombre. "Lo agradezco", ironiza, entre la modestia y la sorna, "pero más valdría que me hubieran dado un piso".

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