Tribuna:LAS CLAVES DE LA SEMANA

Gobierno para una etapa decisiva

El presidente Zaplana ha conseguido casi lo imposible: impedir hasta el último momento las filtraciones acerca de la composición de su gobierno. Las gentes de su entorno saben cuán severo es con los indiscretos. Aunque también es sabido que el gusto de la clase política por darle a la blanda y venderle un favor a la prensa supera todas las cautelas. En esta ocasión, sin embargo, se tiene la impresión de que el molt honorable sólo ha consultado con la almohada, frustrando así las adivinanzas publicadas. Ni siquiera los medios habitualmente privilegiados con informaciones exclusivas han gozado e...

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El presidente Zaplana ha conseguido casi lo imposible: impedir hasta el último momento las filtraciones acerca de la composición de su gobierno. Las gentes de su entorno saben cuán severo es con los indiscretos. Aunque también es sabido que el gusto de la clase política por darle a la blanda y venderle un favor a la prensa supera todas las cautelas. En esta ocasión, sin embargo, se tiene la impresión de que el molt honorable sólo ha consultado con la almohada, frustrando así las adivinanzas publicadas. Ni siquiera los medios habitualmente privilegiados con informaciones exclusivas han gozado esta vez de ventajas, lo que tampoco es un detalle fútil. Junto al sigilo, otra característica de este episodio ha consistido, a mi entender, en la ausencia de condicionamientos para elegir a los miembros del Consell. Al margen de cierta observancia del equilibrio territorial -integración de consejeros de Alicante y Castellón- y la presencia de mujeres, el presidente se ha ceñido a su real gana y conveniencias. Ha recompensado lealtades y servicios, dicen los conspícuos intérpretes del suceso. Lógico. ¿Habría de premiar puñaladas y alistar felones? Ha confeccionado el gabinete a su entender idóneo para afrontar la legislatura que le aguarda, lo que es muy distinto a cuanto aconteció en la pasada, donde mediaron recomendaciones irresistibles e indigestos repartos del pollo con el partido coaligado. Así pues, ligero de equipaje y libérrimo de criterio, el presidente se ha ceñido a su real gana aunque ello le haya supuesto sembrar no pocos despagos entre buena parte del universo mediático, el más obstinado en marcar pautas o ejercer de debelador implacable. Pero ocurre asimismo que para esta nueva etapa que se emprende Zaplana necesitaba un equipo más aguerrido y solvente, tanto técnica como políticamente. No es previsible que la oposición sea tan bonacible y, además, se le ofrece la oportunidad personal de colmar una gestión excepcional y singular en el marco declinante del PP español. En sus manos está investirse de alas o lastrarse de plomo. Y dicho esto, confieso que también yo me inscribo en la larga nómina de sorprendidos por algunos nombramientos que, sin duda, decantarán su razón de ser con el paso del tiempo. A este respecto me pregunto qué función han de cumplir los dos vicepresidentes, ayunos de atribuciones ejecutivas. Coligo que eran prescindibles en las parcelas que dirigían, pero insustituibles por otros motivos, como el calor de la amistad. En todo caso, un vicepresidente tiene sentido. Dos, son multitud, y menos a la hora de coordinar. Presiento que el ex consejero de Economía, José Luis Olivas se esté preguntando si sube o baja. Joaquín Ripoll, en cambio, sigue flotado. Manuel Tarancón me sume en otra perplejidad. Si su destino explicitado es presidir la famosa Academia de la Lengua y ésta un objetivo prioritario, ¿por qué se prolonga la precariedad de la Consejería de Cultura que, de procederse a la elección de un nuevo titular, ya sería el quinto en apenas dos mandatos? ¿No hubiera sido más coherente nombrar a Tarancón Comisionado para Hispanoamérica, o algo parecido, y solucionar de una vez este pasacalles de consejeros en que se ha convertido el citado departamento? Sanidad es otro interrogante. José Emilio Cervera pesa por arrobas su prestigio como experto en organización, aunque no se perciban los progresos de la burocracia ni esté aprobado su afamado plan de modernización administrativa. ¡Qué temeridad! Pero, obviamente, el nombramiento estrella, siquiera fuese por lo insólito, ha sido el de Rafael Blasco, en la nueva Consejería de Empleo. No figuraba en ninguna quiniela, nadie podía -y casi nadie quería- imaginar tan portentosa singladura política, sobre todo entre ciertos comentaristas de la cosa pública. Sin embargo, el coraje del presidente ha tenido su reflejo instantáneo en la buena acogida de los agentes sociales, sindicatos y empresarios. Pero ocasión para el encarnizamiento tendrá sus críticos si no cumple el improvisado compromiso de crear 150.000 puestos de trabajo. Y ahora, concedámosles 100 días para que nos muestren un pico de sus capacidades.

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