Tribuna:

Demasiada salud

JULIO SEOANE Hay algo extraño y raro en los informativos de las distintas cadenas de televisión, que últimamente emplean casi la mitad de su tiempo hablando sobre temas de salud. Nos informan de los distintos tipos de cáncer que acechan nuestra existencia, de los porcentajes de las diferentes enfermedades que padecemos los españoles, de los destrozos que los alimentos adulterados provocan en nuestro organismo. Y todo parece más peligroso por el verano. Estamos rodeados por las anorexias, los infartos, el cáncer de piel, la nicotina con sus múltiples efectos colaterales. Cada día aparece un es...

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JULIO SEOANE Hay algo extraño y raro en los informativos de las distintas cadenas de televisión, que últimamente emplean casi la mitad de su tiempo hablando sobre temas de salud. Nos informan de los distintos tipos de cáncer que acechan nuestra existencia, de los porcentajes de las diferentes enfermedades que padecemos los españoles, de los destrozos que los alimentos adulterados provocan en nuestro organismo. Y todo parece más peligroso por el verano. Estamos rodeados por las anorexias, los infartos, el cáncer de piel, la nicotina con sus múltiples efectos colaterales. Cada día aparece un estudio científico nuevo que demuestra algo malo, pero que podría evitarse con más estudio científico. Hasta la leche materna es leche mala, contiene arsénico y otras porquerías según la última investigación del último científico. Está claro que vivimos de milagro. Pero hay algo peor que vivir de milagro y es vivir en estado continuo de suspicacia, desconfiando y sospechando de todo lo que nos rodea. Hoy en día, en que hay tantas clases diferentes de gente por todos lados mezclándose libremente, uno debe tener especial cuidado a fin de protegerse contra infecciones y enfermedades. Esta frase pertenece a una escala psicológica muy famosa en los años cincuenta que intentaba detectar la personalidad autoritaria, potencialmente fascista y antidemocrática, una alteración patológica muy propia de aquellos tiempos. La frase tiene ahora una actualidad francamente alarmante y describe bastante bien el estado de ánimo que transmiten una buena parte de los informativos veraniegos de la televisión. Es cierto que cuando los enfermos eran individuos pacientes que desconocían casi todo sobre su organismo, dependían excesivamente de la figura y autoridad del médico. En este sentido, la información y la educación sobre temas de salud facilita la aparición de usuarios más activos, responsables y conscientes del cuidado de la propia salud. Y eso es más adecuado para la época en que vivimos. Sin embargo, la divulgación de estos conocimientos está produciendo al mismo tiempo efectos no deseados sobre todos nosotros. Al ser más responsables también somos más sensibles a todo tipo de información sobre estos temas. Y eso nos hace vulnerables y dependientes de todos aquellos desaprensivos que negocian con nuestra salud. Estamos cada vez más hipnotizados por los nuevos fármacos, por la aparición de nuevas enfermedades, por la generalización de viejas dolencias que ahora se ponen de moda, por los estudios aparentemente científicos, por los pícaros que hablan desde grandes congresos internacionales, por las noticias que sólo pretenden aumentar la audiencia. Tenemos que conseguir una información adecuada, pero sin obsesiones. Los medios de comunicación deberían reforzar esta labor con honestidad, sin aprovecharse de nuestros males. Pero por encima de todo es necesario que confiemos mucho más en nuestro propio organismo, que normalmente está sano en un grado moderado y conveniente, tampoco es necesario exagerar. Y ayudarlo un poco en el momento oportuno. Cualquier cosa menos vivir continuamente bajo la dictadura insoportable de la salud y bajo el autoritarismo interesado de sus nuevos sacerdotes.

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