Tribuna:

Debatir con reglas FRANCESC DE CARRERAS

Joan B. Culla, colega de Universidad y, sin embargo, amigo, me dedicó, sin nombrarme directamente, su artículo del pasado viernes: constantemente se refería a antiguas o recientes opiniones mías y al final, sin sacar a relucir mi nombre, me identificaba con total exactitud. El debate público no sólo es mental e intelectualmente sano, sino que también es imprescindible para que exista una auténtica opinión pública libre, imprescindible en toda democracia. Además, el frecuente debate público que establezco con Culla desde hace muchos años es, para mí por lo menos, agradable y estimulante. Sin e...

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Joan B. Culla, colega de Universidad y, sin embargo, amigo, me dedicó, sin nombrarme directamente, su artículo del pasado viernes: constantemente se refería a antiguas o recientes opiniones mías y al final, sin sacar a relucir mi nombre, me identificaba con total exactitud. El debate público no sólo es mental e intelectualmente sano, sino que también es imprescindible para que exista una auténtica opinión pública libre, imprescindible en toda democracia. Además, el frecuente debate público que establezco con Culla desde hace muchos años es, para mí por lo menos, agradable y estimulante. Sin embargo, en este caso, sus alusiones tienen un problema no pequeño: me atribuye unas intenciones y, lo que es peor, unas afirmaciones que para nada coinciden con la realidad. Y cuando un debate tiene este comienzo difícilmente puede llegar a dar fruto alguno, es decir, difícilmente puede llegar a esclarecer alguna parte de verdad o reforzar una determinada opinión, que son los objetivos reales de toda discusión pública. Pero antes de seguir adelante, permítame el lector que le aclare de qué le estoy hablando para que pueda también él participar en la discusión. En su artículo Coartadas kurdas, Culla me hace dos imputaciones equivocadas: primera, que utilizo el caso Ocalan de "espuria munición para otras batallas" (en concreto, para condenar el ataque de la OTAN a Yugoslavia) y, segunda, que considero que la razón de la guerra de Kosovo es que Milosevic es de izquierdas y amigo de Rusia. Y también hace dos afirmaciones falsas: decir que no ataco a Milosevic y que defendí, en el momento de la invasión de Kuwait, a Sadam Husein. Vamos, pues, por partes. La acusación de que utilizo a Ocalan para atacar a la OTAN no es cierta porque mucho antes de la guerra de Kosovo dediqué un artículo entero a considerar contrario al derecho internacional y a la idea misma de Estado de derecho el secuestro de Ocalan en Kenia y su posterior juicio por un tribunal especial en Turquía. Consideraba ya entonces que todo ello era contradictorio con los principios que dicen inspirar el tratado de la OTAN, organización a la que pertenece Turquía. Ello está dicho en un artículo que lleva por título "El cinismo de Occidente" (El Periódico, 21 de febrero de 1999); es decir, un mes antes del ataque de la OTAN a Yugoslavia. Y el derecho de los kurdos a su autodeterminación está justificado en un artículo publicado en estas mismas páginas el 25 de febrero pasado y titulado Kurdos, vascos y catalanes. Sobre las razones de la guerra en Yugoslavia escribí La guerra que sigue, en este mismo periódico el pasado 8 de abril, y ninguna de las hipótesis que allí planteaba tenía nada que ver ni con Rusia ni con el supuesto izquierdismo de Milosevic. Por tanto, las dos imputaciones no tienen base alguna. Tampoco tiene base alguna Culla para atribuirme dos afirmaciones sobre las cuales he dicho justamente lo contrario. Decir que se critica el ataque de la OTAN, pero que se tuerce la "vista para no mirar al acorralado déspota de Belgrado" es exactamente falso. En el citado artículo La guerra que sigue, tras atribuir a Milosevic la limpieza étnica en Kosovo, opinaba lo siguiente: "Las responsabilidades históricas del presidente serbio son más que evidentes y su autoritarismo no democrático, su desprecio por los derechos de las personas y el nacionalismo étnico en que basa su ideología, son conocidos por todos". ¿Qué más tengo que decir para demostrar que no defiendo a Milosevic; yo, que soy partidario de la democracia, defiendo los derechos de las personas y no soy ni nacionalista ni autoritario? Por último, que no me diga Culla que defendí a Sadam Husein cuando invadió Kuwait: él sabe perfectamente -tuvimos una polémica en El PAÍS en aquellos momentos- que lo único que mantenía era que el origen de aquel conflicto no era la maldad intrínseca del presidente iraquí -como se nos pretendía hacer creer-, sino causas de otro género, muy principalmente el control del mercado del petróleo. En todo caso me reconocerá Culla que el precio del petróleo no ha subido, sino que ha bajado, que Sadam sigue en su puesto de mando y que las despóticas monarquías del Golfo, aliadas de Occidente, se mantienen imperturbables. Aprendamos, por tanto, a discutir. Una primera regla es no deformar los argumentos del contrario. A ello estoy ya, sin embargo, muy acostumbrado: fue y sigue siendo una constante en toda la polémica lingüística alrededor de la ley del catalán. He escrito en este periódico cinco artículos sobre la guerra en Yugoslavia, exponiento razones y puntos de vista perfectamente discutibles: la guerra me ha parecido inútil, ilegítima e injustificada. Que me discuta Culla sobre las cosas que digo y no sobre las que él me atribuye y que nunca he afirmado. Claro que podrá decirme que su crítica no iba dirigida contra mis opiniones, sino contra las de otros: que diga entonces quiénes son estos otros para que los aludidos puedan aceptar o replicar. Y si no van contra nadie porque nadie sustenta las opiniones que él ataca, ¿por qué malgasta su tiempo y el de sus lectores combatiendo fantasmas?

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