Cartas al director

Padres e hijos, ¿educar en libertad?

Veo con asombro cómo en los albores del siglo XXI, en una sociedad que teóricamente ha alcanzado una madurez democrática, en su más amplio sentido de sociedad de hombres libres que eligen libremente, todavía algunos padres se creen con el poder omnímodo de no dejar pensar, ni dejar tener criterio propio, ni dejar forjar su propia vida a los hijos una vez que han alcanzado la mayoría de edad, o la han sobrepasado. Padres que quieren imponer sus miedos ancestrales, sus frustraciones metafísicas a unos hijos que, por no haberlas vivido, no entienden de tabúes ni de discriminaciones ni de teorías ...

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Veo con asombro cómo en los albores del siglo XXI, en una sociedad que teóricamente ha alcanzado una madurez democrática, en su más amplio sentido de sociedad de hombres libres que eligen libremente, todavía algunos padres se creen con el poder omnímodo de no dejar pensar, ni dejar tener criterio propio, ni dejar forjar su propia vida a los hijos una vez que han alcanzado la mayoría de edad, o la han sobrepasado. Padres que quieren imponer sus miedos ancestrales, sus frustraciones metafísicas a unos hijos que, por no haberlas vivido, no entienden de tabúes ni de discriminaciones ni de teorías hechas a priori. Padres que, con una mala interpretación de la paternidad, obligan a los hijos a tener sus propias concepciones, sus propios miedos, sus propios racismos, so pena de machacarles repetitivamente con las frases "qué daño me haces, hijo mío", "con todo lo que he hecho por ti y tú me pagas así", etcétera, sin entender que los deberes de paternidad se escapan a la justicia conmutativa (do ut des) y que no obligan a los hijos a pagarles el haberles educado y cuidado hasta la mayoría de edad con la sumisión absoluta. La inteligencia y la libertad son los dones más preciados con los que nacemos, y si de veras queremos construir una sociedad libre, plural, universal, para todos, los padres no pueden ni deben imponer a los hijos sus creencias ni sus miedos ni sus prejuicios. Si vuestro hijo o hija tiene veinte años, y cree que se ha enamorado de una persona -por ejemplo-, mirad simplemente a ver si es honrada y si es buen ciudadano, pero no miréis ni la raza ni el color de la piel ni la edad, ni tantas trabas inútiles que ponemos a nuestro alrededor. Dejadles, por lo menos, que experimenten por ellos mismos y que decidan por ellos mismos: tanto exceso de cariño por evitar que se equivoquen esconde a veces el miedo propio por haber hecho lo mismo y haberse equivocado: pero los tiempos han cambiado, y vuestros hijos tienen otra mentalidad más abierta y más plural de la que teníais vosotros a su edad.- .

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