Tribuna:

Tigres de papel

Debería ser una gran noticia que haya transición a la democracia en el cuarto país más poblado del mundo. De los tres primeros, Estados Unidos y la India están de este lado de la línea divisoria, mientras que la democratización de China habrá de ser el gran acontecimiento político del siglo XXI. La transición de Indonesia no sólo es importante en sí misma porque afecta a más de doscientos millones de personas. También lo es porque, precisamente por las dimensiones del país, es, hasta el momento, la prueba más arriesgada y valiosa a la que se ha visto sometido un modelo de democratización pacíf...

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Debería ser una gran noticia que haya transición a la democracia en el cuarto país más poblado del mundo. De los tres primeros, Estados Unidos y la India están de este lado de la línea divisoria, mientras que la democratización de China habrá de ser el gran acontecimiento político del siglo XXI. La transición de Indonesia no sólo es importante en sí misma porque afecta a más de doscientos millones de personas. También lo es porque, precisamente por las dimensiones del país, es, hasta el momento, la prueba más arriesgada y valiosa a la que se ha visto sometido un modelo de democratización pacífica difundido por todo el mundo desde la innovadora transición española, más de veinte años atrás. Durante los años setenta y ochenta, Indonesia fue uno de los tigres asiáticos cuyas altas tasas de crecimiento económico, de hasta un 8% anual, hicieron hablar a algunos de las ventajas del autoritarismo para la prosperidad material. Pero la recesión económica de finales de 1987, debida en parte a un choque externo y en parte a la burocratización y la corrupción internas, provocó rápidamente el desmoronamiento del régimen. Hubo un estallido de protestas sociales, encabezadas por los estudiantes universitarios, es decir, por los hijos de las capas medias que más se habían beneficiado del crecimiento económico del periodo anterior. Las protestas provocaron la dimisión del general Suharto hace ahora algo más de un año, tras 32 en el cargo de presidente, justo cuando se disponía a ser reelegido sin oposición por séptima vez, lo cual dio paso a la formación de un Gobierno provisional, la legalización de los partidos políticos y la convocatoria de elecciones.

El caso de Indonesia muestra, una vez más, pero quizá con mayor claridad aún que en casos anteriores, que el autoritarismo se apoya no sólo en la represión y la persecución de los disidentes sino que se sostiene también, como todos los regímenes políticos, en algún tipo de intercambio con los ciudadanos. Un régimen autoritario tiende a sobrevivir en la medida en que es capaz de proveer algunos bienes públicos, sea crecimiento económico, sea paz social y orden público, sea expansionismo exterior y orgullo nacional, a cambio de que los ciudadanos renuncien a la designación y el control de los gobernantes. Pero la debilidad del autoritarismo reside precisamente en esta base de apoyo sustantiva y no meramente procedimental como la democracia. Cuando el régimen autoritario deja de ser capaz de proveer los bienes en cuestión, no hay mecanismos establecidos para personalizar las responsabilidades y proceder al relevo pacífico de los gobernantes. Es el régimen mismo el que deja de ser apoyado por los súbditos que otrora habían sido compensados con resultados positivos y a los que ahora no queda más alternativa que volverse contra él.

Esta vulnerabilidad de los regímenes autoritarios al incumplimiento de sus promesas y expectativas ha creado una engañosa correlación estadística entre autoritarismo político y crecimiento económico. Si sólo se comparan datos empíricos, se puede observar que los periodos autoritarios coinciden con periodos de crecimiento más que los periodos democráticos. Pero es una falacia inferir de ello que hay una causalidad entre autoritarismo y crecimiento, ya que los autoritarismos son incapaces de asegurar la continuidad y la estabilidad de un ciclo expansivo. A la vista de las democratizaciones de los últimos decenios, también ha quedado desarbolada la vieja tesis sociológica según la cual la democracia sólo puede ser un resultado de un desarrollo económico anterior. La gran mayoría de las transiciones a la democracia en todas las partes del mundo durante los últimos 25 años se han producido en contextos de recesión económica, más que como consecuencia de las presiones del crecimiento y la modernización. Lo que ha quedado más claro, tras todas estas experiencias de democratización, es que los autoritarismos son más vulnerables a la crisis que la democracia. Ésta no sólo crea condiciones favorables para la innovación y la prosperidad económica, sino que puede resistir mejor unos resultados adversos gracias a sus mecanismos institucionales para la sustitución regular de los gobernantes y las políticas sin un cambio de régimen.

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El actual proceso en Indonesia también reproduce, confirma y afina otros aspectos típicos del modelo de transición pacífica. Las reglas del juego provisionales para las primeras elecciones, todavía impuestas por los gobernantes salientes, contienen algunas restricciones no democráticas. En este caso, se mantiene el esquema institucional básico del régimen anterior por el que el nuevo presidente de la República será elegido indirectamente por los nuevos electos, conjuntamente con una representación corporativa, territorial y militar. El Ejército se retira del primer plano de la gestión pública, pero permanece vigilante y como reserva ante un eventual estancamiento o radicalización del proceso de reformas. La oposición que obtiene mayor apoyo electoral se forma en la oleada de nuevos descontentos y no coincide con los grupos más activos contra la dictadura durante el periodo anterior. La emergencia de conflictos étnicos y territoriales, en este caso sobre todo en Timor Oriental, muestra que la paz autoritaria era sólo una tregua. Las represalias contra el dictador y los antiguos gobernantes se convierten en una cuestión controvertida, pero hay una tendencia a aplazar y diluir todo ajuste de cuentas que pudiera emponzoñar la convivencia social. Las reformas económicas se aplazan ante la prioridad del cambio político. Pero la elección de nuevos gobernantes y el establecimiento de nuevas reglas del juego con amplio consenso social permitirán la adaptación de los actores económicos. Si la transición es un éxito, Indonesia ofrecerá mejores expectativas de continuidad y estabilidad a largo plazo que cuando era un autoritario tigre de papel.

Josep M. Colomer es profesor visitante de Ciencia Política en la Universidad de Georgetown, en Washington.

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