Tribuna:

Local = global FRANCESC DE CARRERAS

Las elecciones del próximo domingo pueden dar una falsa impresión: la de que estamos votando en nuestro ámbito más cercano, el que pisamos cada día, el de nuestro municipio, y en el más lejano, el de la incierta y desconocida Unión Europea. Lo cercano y lo lejano, lo propiamente nuestro y lo compartido con 300 millones de personas de muy distintas lenguas y culturas, lo local y lo global. Tal diagnóstico, que a primera vista parece plausiblemente cierto, no puede estar más alejado de la realidad. ¿Por qué? Porque la realidad política primaria la constituimos sólo nosotros, las personas, los i...

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Las elecciones del próximo domingo pueden dar una falsa impresión: la de que estamos votando en nuestro ámbito más cercano, el que pisamos cada día, el de nuestro municipio, y en el más lejano, el de la incierta y desconocida Unión Europea. Lo cercano y lo lejano, lo propiamente nuestro y lo compartido con 300 millones de personas de muy distintas lenguas y culturas, lo local y lo global. Tal diagnóstico, que a primera vista parece plausiblemente cierto, no puede estar más alejado de la realidad. ¿Por qué? Porque la realidad política primaria la constituimos sólo nosotros, las personas, los individuos, los ciudadanos. Nosotros somos los únicos titulares de derechos, derechos que son el medio que protege de forma igual nuestra libertad. Los poderes, las instancias que coercitivamente limitan el ejercicio de nuestra libertad a través de normas jurídicas, no son más que instituciones creadas por nosotros y cuya finalidad única es estar a nuestro servicio: son el instrumento que hemos creado para tener el máximo posible de libertad, de una libertad igual para todos. A medida que se han ido cambiando las técnicas y desarrollándose y ensanchando los mercados económicos y, con ello, las relaciones entre las personas y grupos, los ámbitos geográfico-políticos -el municipio, las nacionalidades o regiones, los Estados, los entes supranacionales- han ido consecuentemente variando también. A las pequeñas ciudades medievales les sucedió el Estado nación; frente al centralismo burocratizado de éste surgieron las formas federales de descentralización política; para organizar mejor unos mercados que desbordaban los ámbitos estatales se crearon los grandes entes supranacionales. A cada uno de estos ámbitos les ha correspondido una instancia de poder con características propias y cambiantes: los ayuntamientos, los gobiernos regionales -o autonómicos, o subestatales-, los poderes estatales, la comunidad o unión europea. Todos estos entes que gobiernan estos distintos ámbitos son, como decíamos, creaciones artificiales que existen únicamente para estar al servicio de la libertad de las personas que los habitan. Pasaron los tiempos en que uno era o de un municipio o de un Estado o de una nacionalidad: sólo barcelonés, sólo catalán, sólo español, sólo ciudadano del Imperio Romano. Hoy somos ciudadanos de distintos ámbitos, sometidos a distintos poderes porque nuestra libertad, que es igual a la de cualquier otro ciudadano, debe ser garantizada desde poderes distintos, correspondientes a estos también distintos ámbitos. Ahora bien, estos poderes no se hallan separados unos de otros, sino que están estrechamente relacionados entre sí. Y si bien sus centros políticos -Barcelona en su caso, Madrid, Bruselas- están geográficamente cada vez más alejados de nosotros, esta distancia no se corresponde con las consecuencias de sus decisiones políticas, ya que todas ellas nos afectan indistintamente. Obviamente, la mayor o menor densidad del tráfico de nuestra ciudad o el buen o mal servicio de recogida de basuras son cosas que experimentamos diariamente de forma muy directa. Pero nos afecta de manera igual en nuestra vida diaria una norma de Bruselas sobre la calidad de nuestro medio ambiente, sobre la libre circulación de productos agrícolas o sobre los servicios de telecomunicaciones. Y por otro lado, son también los municipios los que -además del Estado y las comunidades autónomas- deben aplicar estas normas europeas de medio ambiente, de venta de productos agrícolas en los mercados municipales o de cableamiento para hacer posible un buen servicio de telecomunicaciones. A su vez -para cerrar el círculo- la densidad del tráfico o la eliminación de las basuras repercute, como es obvio, en el medio ambiente, regulado por la norma europea. Los distintos poderes, pues, existen para garantizar nuestros derechos, el conjunto de todos nuestros derechos que, en definitiva, no son otra cosa que nuestra libertad como personas, considerada desde un punto de vista jurídico. Y por tanto, tan cerca y tan lejos están unos como otros. Que los hombres -que todos los hombre y mujeres por igual- elijan a sus gobernantes es uno de los grandes pasos de la humanidad en favor de la libertad. Está situado en el núcleo de eso que llamamos democracia. Ir a votar no es, ciertamente, un deber. Cada uno es libre de hacer lo que quiera. Pero si uno se abstiene de votar, debe saber que no ha hecho todo lo que debía para contribuir a mejorar la cosa pública. En todo caso, ha dejado pasar una buena ocasión para que sus opiniones influyan -en proporción igual a la de los demás ciudadanos- en los poderes que garantizan nuestra libertad.

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