Reportaje:

Después de ellos, el vacío

Varias horas llevaba apostado en el quicio de la ventana de su casa Manuel Martín López, con la vista fija en el puente de Beires. Observando nada, porque nada, ni sujeto animal ni humano, pertubaban la espesa tranquilidad de este pueblo almeriense que acoge, según los últimos datos de población (del 1 de enero del 98), a 141 almas, la mayoría ya encallecidas. Y en ésas estaba Manuel Martín, alcalde socialista, cuando, de repente, un vecino atravesó el puente. El acontecimiento del día. Hasta el punto de que el alcalde no dudó en aprovechar la ocasión para espantar el tedio: "Oye, te doy cinco...

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Varias horas llevaba apostado en el quicio de la ventana de su casa Manuel Martín López, con la vista fija en el puente de Beires. Observando nada, porque nada, ni sujeto animal ni humano, pertubaban la espesa tranquilidad de este pueblo almeriense que acoge, según los últimos datos de población (del 1 de enero del 98), a 141 almas, la mayoría ya encallecidas. Y en ésas estaba Manuel Martín, alcalde socialista, cuando, de repente, un vecino atravesó el puente. El acontecimiento del día. Hasta el punto de que el alcalde no dudó en aprovechar la ocasión para espantar el tedio: "Oye, te doy cinco duros si pasas dos o tres veces por el puente". Manuel Martín, de 71 años, jura que la anécdota es real y la pone como ejemplo de la "excesiva tranquilidad" que hay en uno de los municipios más pequeños de Almería. Pero, los de Beires, aún son muchos vecinos si se tiene en cuenta que en Benitagla, el municipio más despoblado de Almería: sólo hay 86 censados. Son los últimos pobladores. José Luis Padilla tiene once años. El y la bicicleta que monta conforman la única estampa dinámica de Benitagla, un pueblo perdido en las cercanías de la comarca del Mármol que subsiste gracias a las exiguas cosechas que brindan los almendros, olivos y parrales de la zona. José Luis vive durante toda la semana en Almería, pero los fines de semana, vacaciones y días festivos los pasa en el pueblo, esperando a que llegue su primo Borja para jugar con él. "Algunas veces también viene el Quico", comenta. En Benitagla adquiere su verdadera dimensión aquella frase de juventud divino tesoro. La mayor parte de la población está compuesta por jubilados que pasan el día sentados en la plaza o jugando a las cartas y al dominó en el minúsculo Centro de la Tercera Edad, el único local del pueblo donde se puede tomar una cerveza o un refresco. Cacahuetes y garbanzos son la única oferta para acompañar al líquido.Tampoco hay tiendas en Benitagla. La comida viene en coche. Miguel Francisco Lara Egea es el alcalde popular de Benitagla desde hace 16 años y explica que los socialistas -únicos contricantes que tendrá en los próximos comicios- no han logrado nunca una representación significativa en un pueblo con cinco concejales y poco más de diez millones como último presupuesto municipal. "Comodidades no nos faltan, pero necesitamos que pase por aquí el autobús para estar menos aislados y no tener que desplazarnos hasta el cruce con Alcudia y Tahal para cogerlo", se queja. Manuel Martín reclama, por su parte, el arreglo del acceso al Barrio Alto de Beires, donde viven muchas personas mayores y hasta donde ni siquiera puede llegar una ambulancia por lo angosto de las calles. "Me metí en esto porque pensaba que podría hacer algo por el pueblo, pero ya me da vergüenza ir a Almería a pedir cosas... Así que no me presento más". Es un ejemplo más de esos alcaldes de municipios pequeños que se ven perdidos en el laberinto burocrático y político de las altas esferas. En Beires hay una tienda. "Todo un milagro, porque se iba a jubilar el de la tienda antigua y, de repente, un matrimonio joven decidió seguir con el negocio". Este matrimonio es el mismo que ha aportado al pueblo los dos únicos niños que hay en Beires. A un kilómetro de distancia está Almócita (187 habitantes), regida por el socialista Francisco García García, de 38 años. "Nosotros hemos visto como municipios cercanos, Beires o Padules, iban cayendo. Y es algo que cada vez va a más y nos preocupa". Aún así, en Almócita pueden presumir de una escuela rural y de incipientes proyectos de cara al turismo. Por lo demás, el tiempo, con elecciones o sin ellas, transcurre con la misma lentitud en todos estos pueblos donde el bar se reduce al espacio concebido para el centro de la Tercera Edad.

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