Jalabert gana contra los preceptos del ONCE

Jalabert confirmó ayer lo sabido: una superioridad sideral en una prueba de rivales fantasma, todos desapercibidos por incapaces o por desinteresados. El francés obtuvo ayer el triunfo más sereno del ONCE-Deutsche Bank en esta prueba, y van cuatro en fila. Los de Zülle (96 y 97) y Cuesta (98) homenajearon el ciclismo de las tácticas, el dominio de la fuerza al servicio de movimientos osados que acabaron por perjudicar la generosidad de Jalabert. Este año, el sentido de la justicia y el reconocimiento a su líder ha reconvertido la concepción atacante que Sáiz atribuye al ciclismo en sentido prá...

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Jalabert confirmó ayer lo sabido: una superioridad sideral en una prueba de rivales fantasma, todos desapercibidos por incapaces o por desinteresados. El francés obtuvo ayer el triunfo más sereno del ONCE-Deutsche Bank en esta prueba, y van cuatro en fila. Los de Zülle (96 y 97) y Cuesta (98) homenajearon el ciclismo de las tácticas, el dominio de la fuerza al servicio de movimientos osados que acabaron por perjudicar la generosidad de Jalabert. Este año, el sentido de la justicia y el reconocimiento a su líder ha reconvertido la concepción atacante que Sáiz atribuye al ciclismo en sentido práctico. Ninguna provocación al rival, ninguna apuesta escondida, nada de concesiones a la galería: todo para asegurar el triunfo de Jalabert, no el de un corredor cualquiera del ONCE. Sáiz ha violado en esta ocasión su catecismo personal: el equipo por encima de las individualides. Pero lo ha hecho por compensar a Jalabert, con quien le une mucho más que una mera relación profesional. Lamentablemente, su actitud (legítima) ha alimentado el desinterés general, ha hecho el juego a los que prefieren convertir el pelotón en residencia permanente. La experiencia sirve para reconocer el peso de un equipo empeñado desde hace años en hacer y deshacer esta prueba a su antojo. De rebote, se cae en la cuenta de que todo el espectáculo recibido recientemente procedía de la misma fuente, de unos actores que conceden carácter a la prueba a golpe de aciertos y desencuentros. Esta habilidad (no es innata, se apoya en la voluntad del que los dirige y en la capacidad de obediencia de los que ejecutan) explica por qué esta edición ha resultado inaguantable. El ONCE ha corrido para el ONCE y no aparentemente contra el ONCE, como hace una temporada con Cuesta y Jalabert. Y tal forma de entender el ciclismo, aunque alimente los contrasentidos, sin hacerlo, ha privado a la prueba de emoción y momentos fuertes. Así de triste y paradójico. Porque al resto (salvo Rebellin y Boogerd, por lo que emprendieron respectivamente en la primera y última etapa) les ha sobrado el dorsal. En cinco días de carrera, los señalados para discutirse la ronda se han lanzado un total de... un mísero ataque. Boogerd osó en Leaburu el primer día, falló, le relevó Rebellin con Jalabert a su chepa y ahí acabaron todos los esfuerzos por conquistar una de las citas más prestigiosas del calendario. Al margen de escaramuzas marginales, Boogerd lidera la clasificación de los menos pudorosos: distanciado por una estúpida caída, convirtió en una cuestión de honor el incluir entre sus pertenencias un triunfo parcial. Le llegó, por tesón, ayer por la mañana. El campéon de Holanda, destapado para el gran público durante un diluvio de etapa del Tour 96 (en el que supo negociar de forma habilidosa una curva que envió a Mauri contra las vallas), no ha dejado de crecer desde entonces. Y su talla remite a su filosofía: "Siempre que corro lo hago para ganar", y no exagera. Ayer, abordó en cabeza un repecho de porcentajes respetables que conducía a la meta de Orio. Todo dientes, boca abierta, cuello estirado por el esfuerzo del desarrollo soportado por sus piernas, Boogerd no abrió hueco sobre Rebellin y Jalabert, que le sobrepasaron por este orden. Metros después repitió la operación. Mismo resultado. Probó enrabietado en el descenso, y el juego de miradas, el "sal tú que a mí me da la risa", acabó por premiarle. Como si nunca antes hubiera levantado los brazos sobre una línea, estuvo a punto de abrazar a los guardias que controlaban las calles adyacentes a la llegada. Su alegría remite a su forma de ser, a su vergüenza profesional. Por la tarde, una cronoescalada debía aclarar la clasificación. Salvo en el caso de Jalabert, imperial, la revolvió y colocó a Rebellin en el último peldaño del podio. Su ejercicio fue horrible; el de Jalabert impecable, sobre todo si se tiene en cuenta que hasta la primera etapa de la París-Niza 1997 jamás se había impuesto contra el reloj. La vuelta habrá servido para sobredimensionar las capacidades del Euskaltel. Con Chaurreau y González Arrieta, pero sobre todo con Del Olmo y Bingen Fernández, el equipo puede ahora enfocar su perfil oportunista hacia empresas más ambiciosas. El sino de los modestos (una avería) descabalgó por la mañana a Bingen del podio. Imposible rastrear más lejos lecturas positivas. Muchos equipos dimitieron en el viaje, muchos otros tras estrellarse en la primera etapa. Pantani critica la especialización refieriéndose a los que ganan. Existe otra variante de la especialización: la de los que se pasan toda la temporada preparando la temporada. El ONCE milita aparte. Ayer por la noche celebraron en la pizzeria de su ex compañero Leanizbarrutia lo que ya nadie puede negarles.

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