Tribuna:

La metáfora aérea JOSEP MARIA MONTANER

Más allá del caos aéreo de estos últimos días, el que utiliza a menudo el avión tiene conciencia de que en los últimos años las condiciones y el trato en los vuelos han ido empeorando. Y ello es una paradoja, ya que parece que con el tiempo las cosas deberían ir mejorando según una idea convencional de progreso. Los retrasos se han convertido en algo totalmente habitual, de la misma manera que ya nunca el usuario es informado de las causas del retraso ni de las nuevas condiciones del vuelo. Los embarques son cada vez más caóticos, sin la menor preocupación de introducir una cierta lógica por p...

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Más allá del caos aéreo de estos últimos días, el que utiliza a menudo el avión tiene conciencia de que en los últimos años las condiciones y el trato en los vuelos han ido empeorando. Y ello es una paradoja, ya que parece que con el tiempo las cosas deberían ir mejorando según una idea convencional de progreso. Los retrasos se han convertido en algo totalmente habitual, de la misma manera que ya nunca el usuario es informado de las causas del retraso ni de las nuevas condiciones del vuelo. Los embarques son cada vez más caóticos, sin la menor preocupación de introducir una cierta lógica por parte de una tripulación que sigue una actitud de funcionarios a los que nada les importa. También con los años han ido empeorando las garantías de que el equipaje llegue en condiciones: cada vez más se pierde, llega con unos días de retraso o se recibe con la desagradable sorpresa de que faltan en la maleta las cosas de valor. Ante todos estos hechos, la indefensión del pasajero es mayor y la respuesta insolidaria de bastantes es acarrear todo el equipaje en la mano, colapsando el reducido espacio del avión. El viaje en avión se ha convertido en una metáfora de la sociedad dual de la globalización sobre la que ha tratado Manuel Castells. De esta manera, las condiciones sólo mejoran para los que viajan en business class; los demás sufren cada vez más el trato como borregos y sienten la escasez dramática de espacio vital. El proceso de especulación del espacio es llevado al límite en los aviones, más allá del mínimo existencial para una persona estándar. En muchos sentidos, las condiciones que ofrecen las compañías aéreas son una metáfora, un anuncio, de lo que será la sociedad en el futuro: máxima funcionarización y especulación, ausencia de valores humanos más allá del negocio y las tarifas, tratamiento masificado de los ciudadanos en unas sociedades en las que los consumidores ya no pueden establecer contacto nunca con los máximos responsables. Todo pasajero sabe que desde que entrega el equipaje y recibe la carta de embarque hasta que llega al punto de destino ha perdido cualquier derecho: el avión saldrá y entrará en pista cuando quiera o pueda, sin ninguna justificación; la única identificación válida del pasajero será la carta de embarque y el pasaporte; la comida que se le ofrecerá será mediocre; llegará cuando tenga a bien la compañía; podrá recoger todo su equipaje si tiene suerte y podrá alcanzar la calle después de absurdas, imprevisibles y desordenadas colas de paso por aduanas, controles y salidas. Eso sí, puede estar satisfecho si ha tomado tierra sin ningún accidente. Hasta tal punto el viaje aéreo es una metáfora de la sociedad misma que una parte de los viajes que realizamos los catalanes, la casi totalidad de los que van a América, deben pasar por Madrid, demostrando una arbitraria dependencia impuesta a Barcelona por la capital del Estado. Con ello se condena a que el pasajero no sólo sufra el pequeño caos que siempre hay en el aeropuerto de El Prat, sino que a éste deba sumar el gran caos que siempre hay en Barajas. De nuevo otra metáfora de lo que es la sociedad catalana respecto a la española. Dentro de este repaso a las incongruencias, no olvidemos que en casi todos los aeropuertos faltan espacios dedicados a funciones que parecen secundarias pero que pueden convertirse en esenciales, como esperar cómodamente durante horas la llegada del vuelo que trae a familiares y amigos o realizar el cada vez más frecuente trance de volver otro día a recoger las maletas extraviadas; funciones que son reales pero que la imagen convencional del aeropuerto siempre oculta. La masificación, el clasismo, la funcionarización, la despersonalización y la ausencia de referencias humanas y de explicaciones que se va dando en el transporte aéreo posiblemente anuncien las mismas características futuras de otros sectores como la sanidad, la vivienda o la enseñanza. Marshall McLuhan profetizó que hacia el año 2000 aproximadamente la velocidad de los cambios tecnológicos que habían arrancado con la revolución industrial iba a ser ya vertiginosa. Pero la realidad nos demuestra cómo en muchos sectores, desde hace unos años, no se producen mejoras sino estancamientos. Si en los trayectos en avión se sigue tardando exactamente las mismas horas que hace 15 años; si el espacio para el pasajero es cada vez menor, el trato es mucho más alienante y las condiciones han empeorado, posiblemente el delirio del cambio continuo y cada vez más rápido, en algunos sectores haya llevado al estancamiento. El delirio de la velocidad lleva a estar en el mismo sitio y, en el futuro, puede llevar al colapso.

Josep Maria Montaner es arquitecto.

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