Álex de la Iglesia

La tendencia al etiquetismo (con afanes ilustrativos o de pedantería) surge en cuanto dos personas participan de la misma actividad. El asunto se complica cuando son miles o millones las que participan de un arte o especialidad. Incluso lo inclasificable se clasifica mediante una expresión, "de culto", para recoger a los creadores que tienen a bien practicar la individualidad como argumento más sincero. Conviene, pues, no colocar a Álex de la Iglesia (Bilbao, 1965) en ningún cajetín preconcebido y sí sumarse a la opinión de Santiago Segura de que se trata de "un director genial; por lo tanto, ...

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La tendencia al etiquetismo (con afanes ilustrativos o de pedantería) surge en cuanto dos personas participan de la misma actividad. El asunto se complica cuando son miles o millones las que participan de un arte o especialidad. Incluso lo inclasificable se clasifica mediante una expresión, "de culto", para recoger a los creadores que tienen a bien practicar la individualidad como argumento más sincero. Conviene, pues, no colocar a Álex de la Iglesia (Bilbao, 1965) en ningún cajetín preconcebido y sí sumarse a la opinión de Santiago Segura de que se trata de "un director genial; por lo tanto, excesivo". Basta apelar a su origen cinematográfico para adivinar las intenciones de este estudiante de Filosofía y Letras de la Universidad de Deusto que compartía la afición por el cine con sus habilidades como dibujante (solía diseñar los carteles del Cine club). Si primer corto, Mirindas asesinas, tiene la violencia como protagonista casi única del espectáculo. Su primer largometraje, Acción Mutante, combina el humor con la sangre, en una apología de lo desternillante. Bajo esos rasgos genéricos, Álex de la Iglesia ha ido modulando intensiva o extensivamente la figura de su obra cinematográfica: de alto presupuesto en Perdita Durango, trabajando sobre una idea ajena o mediano presupuesto en Muertos de risa, una idea propia sobre el drama vital de dos humoristas que se odian. La idea es recurrente. La tendencia a la destrucción de las parejas tiene en el humor un ejemplo manifiesto con Stan Laurel y Oliver Hardy, el Gordo y el Flaco, que, al parecer, convivieron en el escenario tanto como se rehuyeron -y quizá odiaron- en la vida privada. Hay referencias teatrales del asunto. La historia tiene más capítulos y de todos ellos se ha empapado Álex de la Iglesia para construir otra película excesiva, en la que muchos cómicos reales se han sentido reflejados e incluso traicionados por sus parejas. El trabajo de campo ha sido fructífero. Las parejas definen en buena medida también el trabajo de Álex de la Iglesia. Su nombre va casi siempre ligado al de Jorge Guerricaechevarria, como guionista, en tanto que Álex Angulo -otro bilbaíno- figura como actor en todas sus películas. Luego están los demás; en el caso de Muertos de risa, Santiago Segura y el Gran Wyoming, una pareja que por su cuenta ha sabido congraciar la inteligencia con el éxito. Álex de la Iglesia tiene fama de duro, de director exigente, incansable, perfeccionista. Por más que los impulsos predominen en el aspecto creativo y una sensación de locura colectiva determine el aspecto de sus obras, se trata de un director minucioso que en esta ocasión se ha enfrentado a actores de cuajo personal exagerado. La tarea no es fácil, aunque la conjunción garantiza el éxito. De la Iglesia se compromete con ese cine sin moraleja que se presenta como una cinta continua donde se mezcla la realidad y la ficción, en dosis tan excesivas como profundas. Dureza entrañable En el fondo, Álex de la Iglesia pertenece al grupo de personas sencillas y entrañables que hacen de la profesión dureza y de la relación con los demás, sencillez. Poco dado a lo público, parece más decidido a expresarse en el cine con toda la rotundidad de que es capaz y a mantener una cierta lejanía con la imagen que el público obtiene de sus creaciones. En su última película, recrea el mundo de la televisión en la época transitiva de este país. La televisión de José María Iñigo y su memorable presentación del supuesto mago Uri Geller, más pararrelojero que paranormal, que alteró la vida ciudadana por unos minutos. Siente por esos personajes, engullidos por el inexorable paso del tiempo, el mismo respeto que Berlanga manifiesta por el cine español de la época, tan vilipendiado por comercial o casposo. Geller, dice Álex de la Iglesia, demostró sus poderes,convenciendo a millones de personas de que ocurría lo que decía. Iñigo le dejaba hacer con el respeto que acostumbraba. Y sin embargo, la película, como todas las suyas, mantiene una violencia estructural manifiesta, un humor negro vocacional y un deseo de entretenimiento visceral. Fuera de los cajetines, pero dentro de los circuitos, Álex de la Iglesia no consta en los registros clasificatorios de actividad más que en el apartado de "Cine", donde siempre quiso estar desde el Cine club de Deusto.

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