Reportaje:

¡Quitad el quitanieves!

La avería de una máquina que despejaba la ruta a la localidad serrana de Canencia provoca el cierre del puerto .

Clara, torrejonera de 26 años, quiso ayer visitar a su amiga Ana, recién licenciada en filosofía por la Autónoma. La futura doctoranda cuidaba de dos sobrinos en la localidad serrana de Canencia. A media mañana, Clara tomó su monovolumen y se dirigió desde Torrejón hacia la sierra. La nieve caída por la noche teñía de nata los picos y las laderas de toda la cordillera madrileña. El brillo del sol no lograba ahuyentar el frío que había tomado posesión de la mañana: tres grados bajo cero.Una vez en Miraflores de la Sierra, los avisos escuchados por la radio aconsejaron a Clara adquirir unas cad...

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Clara, torrejonera de 26 años, quiso ayer visitar a su amiga Ana, recién licenciada en filosofía por la Autónoma. La futura doctoranda cuidaba de dos sobrinos en la localidad serrana de Canencia. A media mañana, Clara tomó su monovolumen y se dirigió desde Torrejón hacia la sierra. La nieve caída por la noche teñía de nata los picos y las laderas de toda la cordillera madrileña. El brillo del sol no lograba ahuyentar el frío que había tomado posesión de la mañana: tres grados bajo cero.Una vez en Miraflores de la Sierra, los avisos escuchados por la radio aconsejaron a Clara adquirir unas cadenas, por si la nieve que se iba acumulando en las cunetas le obligaba a instalarlas. Cinco mil quinientas pesetas por las cadenas, 800 más por un aerosol para agarrar las ruedas al suelo y la promesa de una fácil instalación la tranquilizaron. Si le paraba una pareja de guardias civiles podría continuar su camino. Dos carteles amarillos, abiertos, la confundieron: Atención, carretera cortada. Pero no cerraban el paso, sino que, más bien, lo abrían hacia el puerto de Canencia, a 1.524 metros de altitud. Preguntó a un paseante, Francisco Suárez, de 73 años, asturiano de Tineo: "Creo que se puede pasar, el quitanieves subió anoche a despejar la carretera". Clara se adentró por una ruta de gran belleza, con el placer de iniciar 16 kilómetros de pequeña aventura.

Robles y pinos se erguían sobre la nieve y el hielo que, poco a poco, pero de forma amenazante, cimentaban queda y silenciosamente el asfalto. Un vertiginoso deslizamiento de su coche hacia un talud la asustó. Descendió a colocar las cadenas. Imposible. Lo intentó de nuevo. Sus manos, por el frío, parecían no obedecerle. Se sintió sola en el bosque.

Llegó un turismo blanco. ¡Albricias! Víctor Cuadra, de 36 años, le preguntó si la carretera estaba abierta. "Yo creo que sí, pero iremos en caravana, ¿vale?". Cuadra, técnico de una compañía de gas, abría el paso. Piano, pianito llegaron a un claro del bosque. Un quitanieves. "Estupendo, iremos detrás", se dijo Clara. No hubo motivo para su alegría. La noche anterior, un fallo hidráulico hincó sobre el asfalto la gran cuña del quitanieves, allí varado. Subió a despejar la nieve y creó un socavón que logró lo que el temporal no pudo conseguir: cerrar el puerto.

El fornido operario del quitanieves, Julián León, de Bustarviejo, estaba desolado. El empleado de la compañía de gas, Cuadra, le presta unas milagrosas llaves Ayem, hexagonales, con las cuales León consigue desconectar la cuña del quitanieves. El ingeniero Sánchez Manjavacas, responsable de Vialidad Invernal, un servicio comunitario, anuncia: "Nos llevamos la cuña. Paso libre". Clara respira: Canencia de la Sierra. Ana le sonríe.

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