Tribuna:

Castigo ejemplar

Fue en 1981 cuando entré a trabajar en la radio, y no puedo recurrir a esa frase tan manida de "me parece que fue ayer", porque realmente creo que ha pasado un siglo desde que el periodista Manolo Lombau me dio la oportunidad de trabajar en Radio Centro. Me parece que hace un siglo desde que entré en aquel edificio del diario Pueblo, subí por esos ascensores sin puertas en los que había que montar en marcha y que eran el terror de los invitados, y llegué a la novena planta, a esa radio gris de aquellas mesazas Roneo que amueblaban todos los ministerios franquistas, y con unos enormes carte...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Fue en 1981 cuando entré a trabajar en la radio, y no puedo recurrir a esa frase tan manida de "me parece que fue ayer", porque realmente creo que ha pasado un siglo desde que el periodista Manolo Lombau me dio la oportunidad de trabajar en Radio Centro. Me parece que hace un siglo desde que entré en aquel edificio del diario Pueblo, subí por esos ascensores sin puertas en los que había que montar en marcha y que eran el terror de los invitados, y llegué a la novena planta, a esa radio gris de aquellas mesazas Roneo que amueblaban todos los ministerios franquistas, y con unos enormes carteles que cubrían las paredes y que mostraban, en fotos de blanco y negro, a señoritas con bigote que interpretaban coros y danzas para el Caudillo.En aquella radio, que fue de la Red de Emisoras del Movimiento, se fue colando, igual que se colaron en todos los medios de comunicación del país, gente más joven que fue imponiendo un ambiente que se contagiaba del ambiente de la calle. Fue la época final de los locutores de toda la vida, esos locutores que sentían cierto rencor hacia los jóvenes periodistas que les invadían el terreno con unas voces poco educadas, yo diría que afortunadamente, poco engoladas. Hay quien ha reinvindicado la vieja época de la radio, la de los seriales, la de los concursos humanos, aquella que describieron tan magistralmente Sáenz de Heredia y Woody Allen en Historias de la radio y Días de radio (siempre he pensado que Woody Allen tuvo que ver la película española antes de hacer la suya); hay quien reinvidica esa radio, digo, pero yo prefiero la que nació del intento del 23-F, la que fue sacando al país de la incertidumbre en aquella noche interminable, la que se impuso como medio de comunicación de la democracia. Fue la gran época de Radio Nacional, con el Loco por las noches, Aberasturi por las tardes, Silvia Arlette por las mañanas, y la antológica rueda de corresponsales.

En la radio pública trabajaba ya entonces el periodista Juan Antonio Sacaluga, fiel casi desde siempre a la información internacional, y fiel a su idea de que la radio estatal debe considerarse un servicio público. Tuve la suerte de conocerlo y de que me dejara trabajar con él en unos programas especiales que hacía sobre la historia reciente de España. Hicimos un programa sobre las presas políticas en las cárceles franquistas, otro sobre la novela de los cincuenta, otro sobre los tebeos, y sentí las primeras emociones de ir por la calle con la grabadora colgada en el hombro. Me enseñó a ser concienzuda con lo que se hace, a tener amor propio o, por decirlo de otra forma, a tener vocación. Durante muchos años, aunque la vida nos alejó personalmente, he seguido su trabajo, siempre brillante, en Radio Nacional y en Televisión Española. El otro día leí su nombre en este periódico. Aparecía a cuento de una turbia historia de censura en el informativo internacional que él denunció y que ha desembocado finalmente en un castigo que pretende ser ejemplar para todos sus compañeros: de estar dirigiendo el telediario internacional ha vuelto al punto de partida, a ser un redactor base con la consiguiente y humillante reducción del sueldo.

Siempre pensé que era un lujo para el Ente público tener gente como él, tan honrada, tan fiel a ese proyecto de medio público que parece que nunca acaba de cuajar, y tan progresista sin haber estado jamás adscrito a ningún partido.

Escudados en los pecados pasados del partido socialista, el Partido Popular se permite pecar sin tener mala conciencia. Pero lo que más me subleva de todo esto es la disponibilidad de ciertos periodistas a servir al poder, o a sentir placer con su cercanía.

Lo que más me aterra es que cuando se toman medidas tan brutales es porque se piensa que se va a permanecer en el poder mucho tiempo. Lo que más me deprime es pensar que estas cosas no consigan movilizar ya el ánimo solidario de los compañeros. Seguramente se tiene miedo a ser el próximo que caiga en desgracia.

Esto lo hablábamos mi amigo Rafa Manzano, el búho de la SER, y yo, de camino de la radio a la República de Chueca, queriendo creer que hubo una época, no muy lejana, más progresista y más solidaria que ésta.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Sobre la firma

Archivado En