Las cenizas de la fiesta

En 1985, cuando faltaban siete años para la inauguración de la Expo 92, la oficina del comisario de la muestra consideró como tarea prioritaria la reforestación de la isla de la Cartuja y, de hecho, éste fue el primer contrato de obras que se firmó. El Departamento de Biología Vegetal de la Universidad de Sevilla diseñó las actuaciones que debían llevarse a cabo en las 450 hectáreas de la isla, tanto en lo que se refería a las zonas ajardinadas que se dispondrían en los terrenos dedicados a la propia exposición como a la vegetación autóctona que crecía en las zonas periféricas. En pocos años,...

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En 1985, cuando faltaban siete años para la inauguración de la Expo 92, la oficina del comisario de la muestra consideró como tarea prioritaria la reforestación de la isla de la Cartuja y, de hecho, éste fue el primer contrato de obras que se firmó. El Departamento de Biología Vegetal de la Universidad de Sevilla diseñó las actuaciones que debían llevarse a cabo en las 450 hectáreas de la isla, tanto en lo que se refería a las zonas ajardinadas que se dispondrían en los terrenos dedicados a la propia exposición como a la vegetación autóctona que crecía en las zonas periféricas. En pocos años, Sevilla multiplicó sus equipamientos verdes. Sólo en las 215 hectáreas del recinto en el que se levantaban los pabellones se dispusieron 500.000 metros cuadrados de jardines, con más de 25.000 árboles y unos 300.000 arbustos. Además, se repobló la margen izquierda del meandro de San Jerónimo y el muro de la corta de Cartuja, y comenzó a esbozarse lo que hoy es el Parque del Alamillo. Sin embargo, como lamenta Benito Valdés, catedrático de Botánica, "cuando se cerró la Expo, muchos de estos espacios se abandonaron, a pesar de que algunos de ellos, como los Jardines de Guadalquivir, estaba previsto que se incorporaran a la ciudad". En la actualidad, el 50 % de las plantas que crecían en el Jardín Americano han desaparecido, por falta de cuidados, y también se han perdido las huertas del Monasterio de la Cartuja, en las que se cultivaron durante la Expo una docena de vegetales de origen americano. Los pabellones están mal En los pabellones que incluían muestras de carácter ambiental, como el de la Naturaleza o el del Futuro, la situación no es mejor. En el de la primero se ha destruido la parte expositiva, acabando, por ejemplo, con la gran maqueta del continente americano, y se ha reformado su estructura para ubicar en él dependencias administrativas del Ayuntamiento hispalense. El del Futuro (que incluía zonas dedicadas al medio ambiente, la energía, las telecomunicaciones y el universo) permanece cerrado y Oñate sospecha que "la mayoría de sus contenidos se han desmantelado". Oñate y Valdés son dos de los promotores del proyecto Naturalia XXI, una iniciativa ciudadana a la que se han ido sumando diferentes profesionales y colectivos, nacido hace un año para tratar de recuperar la herencia ambiental de la Expo 92 y proponer la creación de nuevos espacios de uso público para la ciudad de Sevilla y su área metropolitana. En el proyecto se propone la rehabilitación y apertura al público de las zonas verdes que aún se conservan en la isla de la Cartuja, la potenciación de elementos que están en uso, como el Parque del Alamillo, la Estación de Ecología Acuática del antiguo pabellón de Mónaco o el Centro de Interpretación del Río en el Parque de San Jerónimo. También se propone la adaptación de algunos elementos (fundamentalmente los pabellones del Futuro y la Naturaleza) para crear nuevos equipamientos (un Jardín Botánico, un Centro de Divulgación de la Ciencia y de la Naturaleza de Andalucía o un Museo del Río). Todos estos recursos se completarían con una red de vías peatonales, ciclistas y ecuestres que servirían para conectar la zona de la Cartuja con las vecinas áreas del Aljarafe y la Vega. El proyecto se remitió a finales del pasado año, a todas las administraciones implicadas (Ayuntamiento, Diputación, Junta y Delegación del Gobierno), partidos, asociaciones ciudadanas, centros de investigación y empresas relacionadas, como Cartuja 93 o Isla Mágica. "Hemos superado la fase de presentación, en la que todos los sectores se han mostrado satisfechos y han valorado positivamente la iniciativa, pero nadie, hasta ahora ha dado el paso adelante para liderar el proyecto", advierte Oñate. A juicio de este biólogo, "se puede crear una falsa satisfacción, nadie dice que no pero nadie se compromete, y por eso a estas alturas necesitamos que alguien, desde el punto de vista político, ponga de acuerdo a todo el mundo y se puedan iniciar los trabajos". Trabajos que ni siquiera se han presupuestado "para no debilitar el proyecto cuantificando las inversiones. El precio es secundario porque lo que proponemos es mejorar la calidad de vida de los ciudadanos", concluye.

La otra isla

Las obras de la Expo 92 dieron lugar a un espacio artificial, conocido como isla de Tercia, en uno de los tramos cegados del Guadalquivir, ocupando parte del meandro de San Jerónimo. Estos terrenos, hoy abandonados, mantienen su vocación ribereña, por lo que fácilmente podrían convertirse en un espacio natural que prestara refugio a una variada muestra de flora y fauna autóctonas, a escasa distancia del centro de la ciudad. Así se ha planteado en Naturalia XXI, y Ecologistas en Acción, que también forma parte de la plataforma ciudadana que respalda el proyecto, se muestra claramente a favor de esta actuación. "Se trata de recrear una zona húmeda a la que fácilmente acudirían aves acuáticas que visitan el área de las marismas del Guadalquivir. Para conseguirlo habría que reforestar la isla, crear lagunas intercomunicadas con agua reciclada procedente de la depuradora de San Jerónimo, levantar taludes que permitieran el anidamiento de algunas especies de aves, como abejarucos o aviones zapadores, y trazar senderos peatonales periféricos y puntos de observación", detalla José Manuel García, del colectivo conservacionista. De esta manera, la ciudad contaría con un recinto perfectamente acondicionado para programas de educación ambiental, reduciéndose la presión sobre otros espacios protegidos más frágiles, y también más alejados de la urbe. Aunque la isla habría que considerarla como un territorio cerrado, en el que las visitas serían guiadas o limitadas a los senderos establecidos, el conjunto del meandro de San Jerónimo se propone como una zona adecuada para actividades recreativas y deportivas de bajo impacto.

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