Cartas al director

Sobre intrusos

En EL PAÍS del pasado 7 de enero publica Miguel García-Posada un extenso artículo en el que fustiga sin piedad a una colección, se supone que numerosa, de escritores y críticos literarios a los que califica de intrusos. Intruso, aclara, es el que se ha introducido sin derecho, según la primera acepción del diccionario.La nómina de los intrusos parece que es bastante extensa, pero los más peligrosos, según se desprende de los comentarios del articulista, son mujeres y jóvenes que deciden escribir y publicar sus escritos, sin autorización previa. Respecto a los jóvenes, entre otras cosas, dice l...

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En EL PAÍS del pasado 7 de enero publica Miguel García-Posada un extenso artículo en el que fustiga sin piedad a una colección, se supone que numerosa, de escritores y críticos literarios a los que califica de intrusos. Intruso, aclara, es el que se ha introducido sin derecho, según la primera acepción del diccionario.La nómina de los intrusos parece que es bastante extensa, pero los más peligrosos, según se desprende de los comentarios del articulista, son mujeres y jóvenes que deciden escribir y publicar sus escritos, sin autorización previa. Respecto a los jóvenes, entre otras cosas, dice lo que sigue: "Algunas editoriales apuestan por los autores jóvenes porque la edad es, al parecer, un mérito literario. Esto significa que le habrían dado boleta a don Miguel de Cervantes, que publica el Quijote con 58 años de edad". Es muy posible que el autor de esta frase confunda méritos literarios con intereses comerciales perfectamente lícitos; de lo que no cabe duda es de que yerra en su pretendido silogismo. De la apuesta por los jóvenes y de la edad de Cervantes al publicar el Quijote no se deduce necesariamente que a éste le hubiesen dado boleta; numerosos autores veteranos continúan publicando con tanto o más éxito que sus colegas noveles. Lo que sí parece seguro es que si a Miguel Hernández le hubiesen exigido un pedigrí literario antes de escribir sus primeros versos, su poesía habría permanecido inédita por los siglos de los siglos. A uno le ocurre lo que al autor del artículo: uno se asombra porque uno es un ingenuo. A uno le asombra especialmente que pueda haber intrusos en actividades tan libérrimas como la literatura, el arte o su crítica. Hay autores buenos y autores malos, críticos buenos y malos, pero nunca intrusos.

Desconozco -soy un intruso- los méritos literarios del señor García-Posada, pero me atrevo a enmendarle la plana. El término intruso, tal como él lo emplea, no se corresponde con la primera acepción del diccionario, sino con la tercera: el que alterna con personas de condición superior a la suya; lo que le molesta es tener que alternar con personas a las que considera de condición inferior. Admite paladinamente que no soporta tener que saludar a los intrusos como a colegas y que los toleraría si se limitasen a publicar en diarios comarcales. Compara, finalmente, a sus coleguis con el cateto que fue a Roma y comunicó a sus parientes su intención de entrevistarse con el Papa. No le ofende la pretensión del cateto, lo que revienta, aunque no lo confiese, es la posibilidad de que el Santo Padre decida recibir en audiencia al palurdo.-

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