Tribuna:

Fusión

Cuesta imaginar al Santander y al Central Hispano fornicando, sea en la postura del infiel o en la del misionero. Espero que el National Geographic dedique un monográfico a este apareamiento brutal, de duración todavía indeterminada. Una vez vi en la tele la cópula entre dos elefantes de distinto sexo y tardaban horas en acoplar sus moles. Entretanto, gemían con una desesperación tal que la selva se quedaba absurda, como un domingo por la tarde. Pero no es preciso irse tan lejos: a un par de adolescentes delgados les puede llevar lo suyo ensamblar las diferencias.Por lo visto, los dos bancos h...

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Cuesta imaginar al Santander y al Central Hispano fornicando, sea en la postura del infiel o en la del misionero. Espero que el National Geographic dedique un monográfico a este apareamiento brutal, de duración todavía indeterminada. Una vez vi en la tele la cópula entre dos elefantes de distinto sexo y tardaban horas en acoplar sus moles. Entretanto, gemían con una desesperación tal que la selva se quedaba absurda, como un domingo por la tarde. Pero no es preciso irse tan lejos: a un par de adolescentes delgados les puede llevar lo suyo ensamblar las diferencias.Por lo visto, los dos bancos habían estado manoseándose durante meses los recursos humanos, las estrategias comerciales, las divisiones de patrocinio y las glándulas económico-financieras. Y al tocarse con la delicadeza característica del mundo animal éstos y otros órganos todavía más recónditos, gemían como dos armarios de tres cuerpos en celo. El Central, al alcanzar el clímax, tenía duros, como piedras, los efectivos de caja, mientras que al Santander se le humedeció de gusto toda la contabilidad digital. Aun así, no dejaron de decirse cochinadas a propósito de nuestros créditos hipotecarios, cartillas de ahorro y otras vesículas que hemos aportado a la unión. Cuando el mugido de placer llegó a la prensa, nos quedamos atónitos, como un grupo de roedores presenciando el apareamiento de dos rinocerontes.

Hemos observado, conteniendo el aliento, el abrazo de Botín y Amusátegui, y se notaba que sólo se quieren por su dinero (que, curiosamente, es el nuestro). Da lástima que estímulos tan bajos sirvan para crear uniones más duraderas que el amor. Dos jóvenes se besan en la esquina de mi calle y no saben los pobres dónde meter las manos, como si temieran tocarse la cuenta corriente en lugar del corazón.

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