Tribuna

Un héroe de carne y hueso

Una primera reacción, humana aun miserable, es dar por bienvenida la retirada de un personaje como Michael Jordan, de quien uno puede acabar razonablemente harto por la saturación que produce su impecable e implacable biografía. Las cifras que engalanan en miles de millones de pesetas su reconocida capacidad para vender cualquier producto nos hacen siempre sospechar que haya algo en sus actos o en sus palabras que no esté prefabricado. Incluso verle en la pantalla conversando con Buggs Bunny nos obligó a reflexionar sobre si algún día supimos dónde acababa Michael Jordan y dónde empezaba su in...

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Una primera reacción, humana aun miserable, es dar por bienvenida la retirada de un personaje como Michael Jordan, de quien uno puede acabar razonablemente harto por la saturación que produce su impecable e implacable biografía. Las cifras que engalanan en miles de millones de pesetas su reconocida capacidad para vender cualquier producto nos hacen siempre sospechar que haya algo en sus actos o en sus palabras que no esté prefabricado. Incluso verle en la pantalla conversando con Buggs Bunny nos obligó a reflexionar sobre si algún día supimos dónde acababa Michael Jordan y dónde empezaba su industria.Hace años, Jordan confesó que, estando en el banquillo, deseaba que su equipo fuera perdiendo para saltar a la cancha y resolver la situación. Tal era su egoísmo, pero también su percepción de que podía llegar a dominar el juego.

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Pasado el tiempo, debió de alcanzar ese dominio, porque llegamos a creer que este deportista en cuestión, dada su indudable capacidad atlética y mediática, era capaz de cualquier cosa.

Ahora que su retirada es cierta, caemos en la cuenta además de que el personaje abandona el juego sin habernos dejado ver un resquicio de su decadencia. Todos cuantos tuvieron alguna duda del lugar que Jordan debía ocupar entre los más grandes del baloncesto cuando conquistó sus tres primeros títulos de la NBA (entre 1991 y 1993) abandonaron ese propósito tras su triunfal regreso y posterior conquista de otros tres campeonatos más. El Jordan treintañero era un jugador de otra dimensión, un artista en su madurez creativa, que había abandonado el estilo físico y omnipresente de sus primeros años por una línea más económica y eficaz. La perfección de su juego llegó cuando consiguió la canasta decisiva ante Utah Jazz, en la última jugada, del último partido, de su última final, consagración de su último acto.

Ningún otro deportista de la era moderna ha dejado su actividad sin haber dado síntomas de su declive. Todos cuantos hemos conocido nos dieron esa satisfacción y pagaron su tributo a las leyes de la naturaleza. Jordan, no. Hasta en ese detalle, su biografía no dobló la rodilla. Tan perfecta, tan azulada, más propia de un personaje de fantasía.

Llegará el último segundo de una final y no experimentaremos la sensación de que, inevitablemente, aparecerá él. Y en ese punto nos comportaremos como el más estúpido de los consumidores. Y pensaremos: se ha ido, pero puede volver. Y querremos creer que así sea.

Se va Jordan y se acaba la película. Y verdaderamente lo sentimos. Quedamos huérfanos de su magia. Porque sí, de acuerdo, era un héroe de carne y hueso.

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