Una mujer singular

María Fernanda Méndez-Núñez y Gómez de Acebo, presidenta de la Asociación Española contra el Cáncer hasta su fallecimiento, el pasado septiembre, por un tumor cerebral, fue un mujer de vida y personalidad muy poco comunes. Hija de un matrimonio infeliz de la aristocracia madrileña, sus padres la mantuvieron alejada de las disputas conyugales en internados europeos y americanos. El alejamiento de su familia llegó hasta el punto de ingresar como novicia en una congregación de religiosas católicas en el Reino Unido. No llegó a tomar los hábitos. Del convento salió para casarse con el duque de Eld...

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María Fernanda Méndez-Núñez y Gómez de Acebo, presidenta de la Asociación Española contra el Cáncer hasta su fallecimiento, el pasado septiembre, por un tumor cerebral, fue un mujer de vida y personalidad muy poco comunes. Hija de un matrimonio infeliz de la aristocracia madrileña, sus padres la mantuvieron alejada de las disputas conyugales en internados europeos y americanos. El alejamiento de su familia llegó hasta el punto de ingresar como novicia en una congregación de religiosas católicas en el Reino Unido. No llegó a tomar los hábitos. Del convento salió para casarse con el duque de Elda.Cuando llegó a la Asociación Española contra el Cáncer, en 1985, seguía fuertemente identificada con el ultraderechista Blas Piñar. Cinco años después se convertiría en la presidenta más eficaz que ha conocido la Asociación en sus treinta años de existencia. El financiero y embajador Luis Coronel de Palma le pasó el testigo. Las arcas de la Asociación apenas alcanzaban entonces los 400 millones de pesetas. Cuando ella murió, el presupuesto sobrepasaba los 5.000. Quienes trabajaron con la condesa destacan su carácter autoritario -reformó los estatutos para centralizar todo el poder en la presidencia- y su extraordinaria inteligencia, encanto personal y habilidad para sacar dinero hasta de debajo de las piedras con tal de ayudar a los enfermos de cáncer. Convirtió a la Asociación Española en una de las mejores del mundo. Su fe en Ricardo Alba, a quien nombró director general, era tal que sólo aceptó verle a él durante los últimos y terribles meses de su enfermedad, cuando esta mujer se hallaba postrada en una silla de ruedas, era incapaz de hablar, padecía hemiplejia y pesaba 120 kilos.

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