Tribuna:

Ninguna Parte

A veces, uno está en ninguna parte. Cualquier lugar puede ser ninguna parte, según esté uno. Pero hay lugares cuya esencia es la nada, como los centros comerciales. Se alzan con la falsedad de lo enorme, con la megalomanía de su dimensión desproporcionada; basan su existencia en un criterio cuantitativo: mucho de lo que sea, apenas importa de qué. Su existencia es paradójica: la nada es el mecanismo de su funcionamiento; son templos en los que se oficia un permanente rito de idas y venidas sin sentido cuyos fieles oscilan entre un hastío y una exasperación que equilibra su conforme languidez. ...

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A veces, uno está en ninguna parte. Cualquier lugar puede ser ninguna parte, según esté uno. Pero hay lugares cuya esencia es la nada, como los centros comerciales. Se alzan con la falsedad de lo enorme, con la megalomanía de su dimensión desproporcionada; basan su existencia en un criterio cuantitativo: mucho de lo que sea, apenas importa de qué. Su existencia es paradójica: la nada es el mecanismo de su funcionamiento; son templos en los que se oficia un permanente rito de idas y venidas sin sentido cuyos fieles oscilan entre un hastío y una exasperación que equilibra su conforme languidez. En su nada suceden muchas cosas, y casi todo lo que sucede es peor. Peor que nada.Ocupan grandes superficies en los extrarradios de los extrarradios. Uno de estos lugares se llama Parquesur, extrarradio de Leganés, y se llega -en coche, por supuesto- una vez superados varios cruces de autopistas que son como la popularización asfaltada, fatal, de laberínticos jardines palaciegos. Se impone a la vista su celebración al consumo como si en una plataforma de aterrizaje se hubiera posado -con la insoportable levedad de lo incontestable- una microcósmica estación interespacial. Porque Parquesur parece un lugar de La Mancha conquistado por extraterrestres con pasta dispuestos a hacer el negocio del siglo en el espacio que media entre el espíritu y la nada. Lo primero que acontece en sus interminables galerías -siempre el laberinto- es una necesidad de adaptación a esa atmósfera en la que el día y la noche se confunden en explosión eléctrica. No hay sucesión del tiempo ("... no hay tú ni yo, mañana, ayer ni nombres...", que diría Octavio Paz), no hay arriba ni abajo, sino escaleras mecánicas, mejor ni peor, porque hay de todo y todo es similar, idéntico a sí mismo y a lo demás: una hamburguesa es igual a una falda igual a una cerveza igual a dos hamburguesas igual a cuatro faldas igual a una película en sus multicines al fondo a la derecha al lado del MacDonald"s enfrente de Zara donde los frutos secos de plástico: "¿Por favor, me da dos de la talla 40, con ketchup y mostaza, para la de Antonio Banderas?".

Muchas personas gastan en Ninguna Parte su porcentaje de ocio comprando, estudiando lo que podrían comprar, admirando lo que no pueden comprar, liándose la manta a la cabeza porque es una oferta. Hay para toda la familia en este simulacro de cosmos, en este gran vientre hormigonado que se dirige a la más convencional de nuestras estructuras. Mientras los niños dan vueltas en el carrusel aguantando la excitación y las ganas de vomitar los 150 gramos de chucherías de poliuretano que les han comprado sus progenitores para que se callen, la mamá aprovecha para escaparse a probarse el enésimo pantalón que le queda fatal y no tenía previsto comprarse antes de pagar aquella factura pendiente (pero es que éste le queda mejor de tiro y está fenomenal de precio), y el papá reflexiona sobre la posibilidad de necesitar para algo la supertaladradora de 28 velocidades que es una ganga porque pagándola al contado te regalan una radio-despertador digital made in Explotación Infantil del otro Mundo. Y de todo para los adolescentes: zapatillas de deporte, camisetas, tatuajes falsos, el disco de Robbie Williams, ¿hace otra hamburguesa para la bulimia?, zapatillas de deporte, camisetas, tatuajes falsos, el último de Enrique Iglesias, ¿y ahora unos MacNuggets?, zapatillas de tatuaje, deportes falsos, el último disco de camisetas. Ah, también hay librería, buenísima, todos los best sellers, pero como entra muy poca gente pues no entra nadie. Lógico.

Por unos milloncejos, ya se puede reservar plaza para futuros viajes turísticos a la Luna. Pensé que si fuera rica iría, pero viendo Parquesur se me han quitado las ganas: me temo que la estación selenita se parecerá bastante a este centro comercial: un gigantesco vientre ingrávido para que los consumidores interplanetarios puedan adquirir falsos meteoritos en oferta y muñequitos articulados con escafandra y todo, mientras se les permite intuir el espacio exterior a través de algún ventanuco herméticamente cerrado.

Yo lo que quería era la Luna, como desde Ninguna Parte lo que quiero es el Sol, el auténtico Sol, el Sol de Octavio Paz.

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