Tribuna:

La caída de los complejos

TENIS MASTERS DE HANNOVERLa final del Master es un salto cualitativo de tal magnitud para el tenis español que hay que pellizcarse para creérselo. Se ha roto una de esas máximas que duran "toda la vida". Durante decenios y decenios, "toda la vida", el tenis español ha vivido cómodamente en el pequeño planeta Tierra Batida. Hasta ayer. Colocar a dos finalistas en el Master, en pista rápida, es como descubrir un nuevo mundo. Algo parecido a lo que pasaba cuando Harrison Ford, en La guerra de las galaxias, apretaba el botón que enviaba a su nave al Hiperespacio y un universo nuevo ...

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TENIS MASTERS DE HANNOVERLa final del Master es un salto cualitativo de tal magnitud para el tenis español que hay que pellizcarse para creérselo. Se ha roto una de esas máximas que duran "toda la vida". Durante decenios y decenios, "toda la vida", el tenis español ha vivido cómodamente en el pequeño planeta Tierra Batida. Hasta ayer. Colocar a dos finalistas en el Master, en pista rápida, es como descubrir un nuevo mundo. Algo parecido a lo que pasaba cuando Harrison Ford, en La guerra de las galaxias, apretaba el botón que enviaba a su nave al Hiperespacio y un universo nuevo aparecía frente a él. Es un escalón más, pero de tanta importancia que los caminos que se abren ahora son más excitantes que nunca.Por ejemplo, por primera vez España tiene varios jugadores capaces de ser el número uno mundial. Alex Corretja termina el año como tercero del mundo, y Carles Moyà como quinto. Son jóvenes y expertos. Dominan los torneos de tierra. No están desgastados por la presión de años de competición. Y acaban de descubrir que son tan buenos como los mejores en pista rápida. Su potencial es enorme. Hay poquísimos jugadores capaces de rendir tan bien en superficies tan diferentes. No es una tontería pronosticar que al reinado de seis años de Pete Sampras puede seguirle el de un español. Y eso no ha sucedido jamás.

La otra conclusión inmediata es que España nunca ha tenido un grupo de jugadores tan capacitados para lograr la Copa Davis. Corretja, Moyà, y los otros miembros de su generación guardan talento suficiente para ganar a cualquier equipo en cualquier superficie. Eso sí que son palabras mayores. El tenis es un deporte emocional, en el que el espectador alcanza cotas de identificación altísimas con los jugadores. Pero no hay competición más emocional que la Copa Davis. Y el día en que España sea capaz de ganar la Ensaladera, la explosión será de tal calibre que el tenis dará un salto hacia adelante en popularidad sólo semejante al que en su momento consiguió en solitario Manuel Santana.

Ganar en pista rápida un torneo tan importante como el Master elimina otro complejo más: el de que los españoles sólo eran capaces de ganar en tierra batida. Ya son muchos los complejos que han ido cayendo desde los Juegos Olímpicos de Barcelona. El penúltimo, el de la selección de voleibol con su buena actuación en el Mundial de Japón. Curiosamente, es el fútbol, el rey en popularidad, el que más está tardando en sumarse a la edad de oro del deporte español. En su ceguera monetarista, los dirigentes del fútbol han preferido apostar por la mediocridad foránea antes que por la juventud que tan buen rendimiento está dando en otros deportes. Y así le va a la selección, que camina hacia atrás en su autoestima en los últimos años.

El otro complejo que cayó en Hannover fue de índole más personal. La psicología es clave en el tenis, y Corretja parecía entregado a Moyà, dominado por esa amistad que tanto proclaman. Y a los amigos hay que dejarlos en el vestuario. Moyà lo aprendió en París donde Corretja parecía obsesionado desde el primer set por cómo felicitar a su amigo tras la victoria. Le ha costado, pero al fin Àlex se sacó de encima la sombra de Moyà, que amenazaba convertirle en el Poulidor de su generación. Ahora los dos comenzarán 1999 sintiéndose capaces de ganar cualquier torneo del Grand Slam. El futuro es apasionante.

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