Tribuna:

El Barça del desencuentro

Imposible olvidar que empieza la celebración del Centenario del Barcelona FC, institución de la que me declaro partidario por los mismos motivos que Joan Manuel Serrat. Los dos somos de barrio y nos hicimos del Barça porque en las tiendas del país de nuestra infancia aparecían carteles en los que Samitier regateaba a un jugador, cualquiera, del Español. Los dos nos hicimos del Barça por obra y gracia de Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón. Y lo seguimos siendo porque el Barça era el ejército simbólico de una idea de catalanidad popular, laica, sin necesidad de peregrinar a otra montaña sag...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Imposible olvidar que empieza la celebración del Centenario del Barcelona FC, institución de la que me declaro partidario por los mismos motivos que Joan Manuel Serrat. Los dos somos de barrio y nos hicimos del Barça porque en las tiendas del país de nuestra infancia aparecían carteles en los que Samitier regateaba a un jugador, cualquiera, del Español. Los dos nos hicimos del Barça por obra y gracia de Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón. Y lo seguimos siendo porque el Barça era el ejército simbólico de una idea de catalanidad popular, laica, sin necesidad de peregrinar a otra montaña sagrada que no sea la grada del Camp de les Corts o del Camp Nou. Y, desde la cuota de irracionalidad que todo ser humano debe autopermitirse, de ese impulso mitológico venimos, en ese impulso mitológico permanecemos a pesar de que éste no es mi Barça que me lo han cambiado.Cada vez que escucho la alineación del Barcelona por los altavoces del Camp Nou tengo la sensación de que me han cambiado de estadio, de país, de ropa interior y de piel. Cada vez que veo la cara de iceberg de Van Gaal emergiendo sobre el horizonte barcelonista, pienso que este Titanic no se hundirá por el choque, sino del susto ante ese rostro que riñe a los cuatro horizontes que crucifican el mundo, que incluso parece reñirse a sí mismo. Cada vez que recuerdo aquella alineación de imberbes insolentes canteranos capitaneada por Iván de la Peña que derrotó al Betis en su campo sembrando la esperanza de que la Masía había servido para algo, me echaría al monte. Tal vez bajo el peso del Centenario, el Barça recupere parte de su identidad, de la que hoy sólo conserva los colores de las camisetas y la complicidad de sus seguidores con un imaginario a todas luces desvirtuado. Un autoengaño más, qué importa. Al fin y al cabo, Serrat canta el himno del Centario y ahí está la delantera representativa, heredera de Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón. Recítenla de carrerilla: Figo, Giovanni, Anderson o Kluivert, Rivaldo y Zenden. No les invito a que reciten de carrerilla el resto del equipo para que no se echen a llorar, porque hay motivos más serios para las lágrimas: por ejemplo, la flexibilización del mercado de trabajo o que a Pinochet le haya salido un hijo con esa voz.

Más información

A la vista de la política de fichajes y descartes de este año, la premonición de catástrofe no necesitó de sibila alguna. Se había prefabricado un equipo de profesionales honestos, pero un equipo sin alma, es decir, sin mentalidad institucional. Sin duda alguna esta institución fue algo más que un club, pero en las actuales circunstancias el valor añadido ha cambiado. El Barça sigue siendo algo más que un club, es un desencanto, un desencuentro, un desamor, un despropósito.

Archivado En