Crítica:CRÍTICACLÁSICA

Cúmulo de emociones

Tokyo String Quartet Obras de Haydn, Webern y Smetana. Tokyo String Quartet. Palau de la Música, Sala Rodrigo. Valencia, 23 noviembre 1998.El ciclo de solistas internacionales, ya en su segunda temporada en el Palau, superó el lunes la prueba de calidad que desde siempre separó la programación de abono entre las salas sinfónica y de cámara del auditorio. Luego de una actuación como ésta del Cuarteto de Tokio, y con otras muy relevantes en cartera para los próximos meses, nada justifica el tradicional desinterés del público valenciano hacia una oferta de cámara perfectamente homologable con la...

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Tokyo String Quartet Obras de Haydn, Webern y Smetana. Tokyo String Quartet. Palau de la Música, Sala Rodrigo. Valencia, 23 noviembre 1998.El ciclo de solistas internacionales, ya en su segunda temporada en el Palau, superó el lunes la prueba de calidad que desde siempre separó la programación de abono entre las salas sinfónica y de cámara del auditorio. Luego de una actuación como ésta del Cuarteto de Tokio, y con otras muy relevantes en cartera para los próximos meses, nada justifica el tradicional desinterés del público valenciano hacia una oferta de cámara perfectamente homologable con las que puedan darse en las mejores salas europeas. El Cuarteto de Tokio, renovado en 1996 con la incorporación de Mikhail Kopelman, concertino del Borodin, está en el momento más dulce para acometer la práctica totalidad del repertorio. Su Haydn del lunes (Cuarteto en Sol op 76/11) tenía por fuerza que maravillarnos pero no sorprendernos, pues de sobra conocíamos la sabia dosificación de equilibrio clásico y pasión romántica con la que el Tokio concibe esta música. La ejecución, como siempre técnicamente irreprochable, desprendía sin embargo una fuerza emotiva y una espontaneidad que pocas veces se advierten en formaciones ya tan consolidadas, proclives por la edad a ciertos manierismos que en ningún caso afloraron en este Haydn. Tensa belleza Lo que en realidad hizo el Tokio fue prepararnos para las cinco gemas del Opus 5 de Anton Webern. Estos once minutos de tensa belleza, posiblemente el segmento más puro e intemporal de toda la música del siglo veinte, recibieron por parte del Tokio una versión de auténtico ensueño. Se recordaba aún en el Palau la interpretación de esta obra por el Brodsky, dentro de su espléndido ciclo de la temporada pasada, pero el cúmulo de emociones que despertó el Opus 5 en manos del Tokio borró cualquier referencia anterior. Confieso que hasta el acto natural de respirar interfería en la enorme concentración de los sentidos y la inteligencia a que obligaba el sobrenatural recogimiento expresivo logrado por el Tokio. El Cuarteto De Mi Vida, de Smetana, música menos etérea aunque no menos apasionante en los aterciopelados Stradivarius del conjunto nipón, completó el programa oficial del concierto, prolongado con sendos y encantadores trozos de Debussy y Shostakovich. Grandísimos músicos, grandísimo recital.

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