Cartas al director

El caballo de Troya

Aquel caballo de madera era un juguete, o un dios, magnífico, pero Leoconte fue el único, entre todos los troyanos, que desconfió, porque la experiencia le había enseñado hasta dónde llegaban la astucia y la mala fe de los griegos. Pero entre aquel caballo y el que ahora ha colocado dentro de las murallas ETA hay al menos una diferencia. Los troyanos no sabían lo que se ocultaba en la barriga delPasa a la página siguiente ...

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Aquel caballo de madera era un juguete, o un dios, magnífico, pero Leoconte fue el único, entre todos los troyanos, que desconfió, porque la experiencia le había enseñado hasta dónde llegaban la astucia y la mala fe de los griegos. Pero entre aquel caballo y el que ahora ha colocado dentro de las murallas ETA hay al menos una diferencia. Los troyanos no sabían lo que se ocultaba en la barriga delPasa a la página siguiente

El caballo de Troya

Viene de la página anteriorgran muñeco. Nosotros sí lo sabemos, entre otras cosas porque ETA, HB y sus grandes abuelos nos lo han comunicado con toda precisión. A nosotros nos queda, por supuesto, una opción radical: devolver el caballo sin hacer más averiguaciones. Claro que los griegos dirán que somos unos desagradecidos y asaltarán los muros, pero eso es lo que habrían hecho de aceptar nosotros el obsequio.

Menos mal que, además de esa opción radical, nos quedan otras, y todas ellas tienen una cosa en común: tenemos que hacernos los griegos. No hay que devolver el caballo, sino enviar otro, si es posible más grande y, no pudiendo olvidar que seguirán desembarcando guerreros de las cóncavas naves, fortalecer nuestros castillos y hacer salidas fulminantes, oscurecer el sol con flechas, sobornar a los dioses. Caballo por caballo.

Laoconte habría dicho que al caballo regalado hay que mirarle el diente. Ésa es otra opción. Mirar bien y rodear al muñeco, abrir en su entorno una zanja, vigilar día y noche, para que nadie salga por la disimulada escotilla. Y esperar sin hacer un gesto hasta que los griegos nos envíen otro regalo y, tal vez, un tercero. Puede ocurrir que los griegos se harten y ataquen por otro lado, pero, al fin y al cabo, siempre estuvieron atacando por otro lado. Pueden hacernos daño, pero no pueden sorprendernos. Con el caballo pueden hacer ambas cosas.

Un hombre prudente debe considerar la posibilidad de que no haya soldados aviesos dentro del caballo, pero ese mismo hombre prudente pediría a los griegos que abrieran ellos mismos la escotilla, por si salen de la barriga del muñeco rayos y centellas. Y ese mismo hombre prudente invitaría al acto a unos cuantos observadores franceses, aunque nunca resulta muy sencillo encontrarlos.

Cada una de esas decisiones, o todas juntas, podrían servir, además, para que el señor Ardanza comprendiera que, además de la Constitución, hay otros melones en el quiosco listos para la cata. También para que recordase que, además de Arana, hubo otros grandes escritores, por ejemplo Homero y Virgilio. Conseguir eso no sería un logro menor.

Es posible que todo acabe bien y que no haya más guerras de Troya. Loado sería, entonces, Dios. Pero es posible que todo acabe mal, y ésa es una posibilidad que debiera interesar a los que han construido el caballo. En cualquier caso, la sospecha de Laoconte debe ser alimentada.-

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