El aborto: una necesidad de justicia social

El aborto siempre supone un sufrimiento físico y psíquico para la mujer. Nunca es un capricho sino una necesidad. En toda la historia de la humanidad, a lo largo y ancho de este mundo, independientemente de culturas y religiones, las mujeres han abortado y lo seguirán haciendo. Lo hacen porque hay situaciones, en su gran mayoría impuestas por el entorno familiar y social, que les impide el embarazo y la maternidad. Es la injusticia de la sociedad en la que viven la que las obliga a abortar, y es la hipocresía de esa misma sociedad la que les niega el derecho a hacerlo dignamente. Lo que se pr...

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El aborto siempre supone un sufrimiento físico y psíquico para la mujer. Nunca es un capricho sino una necesidad. En toda la historia de la humanidad, a lo largo y ancho de este mundo, independientemente de culturas y religiones, las mujeres han abortado y lo seguirán haciendo. Lo hacen porque hay situaciones, en su gran mayoría impuestas por el entorno familiar y social, que les impide el embarazo y la maternidad. Es la injusticia de la sociedad en la que viven la que las obliga a abortar, y es la hipocresía de esa misma sociedad la que les niega el derecho a hacerlo dignamente. Lo que se pretende con las propuestas de ampliación de la ley de despenalización del aborto es, precisamente, reparar la injusticia social que padecen las mujeres que necesitan abortar. Lo que se quiere es evitar los abortos en malas condiciones, los riesgos para la salud de esas mujeres y la cárcel para ellas y las personas que las ayudan. Hablamos de las mujeres porque son las que inevitablemente se tienen que enfrentar con el embarazo. A veces, los hombres, en situaciones individuales, pueden elegir aceptar o no la responsabilidad de la paternidad. Pero las mujeres nunca podrán evadirse del problema cuando lo haya. Como tampoco pueden evadirse los hombres como colectivo, como parte de la sociedad que tiene que velar por los intereses del conjunto. Es un deber de todas las personas ser conscientes de que es un problema existente y apoyar la búsqueda y aplicación de las mejores soluciones. Intentar no verlos o pensar que no les afecta es falsear la realidad por propia comodidad. Así, no sólo no se resuelve sino que se agrava. Que sea la Iglesia Católica la que levanta más voces airadas y provocadoras no debe sorprendernos. No hay más que echar una mirada a la historia para reconocer actitudes semejantes. Algunas cercanas, otras medievales. Pero si algo podemos aprender de ellas es que permitir la influencia de la Iglesia en los poderes legislativos, ejecutivos o judiciales, no provoca más que conflicto social, represión de las libertades y retraso cultural. Que los Reyes Católicos y Franco dieran lugar a ello es tema del pasado, que no debería confundir sino alertar al Gobierno y a las personas democráticamente elegidas que tienen el poder legislativo. La Iglesia gobierna sobre sus seguidores, el Gobierno para todas las personas, que son diversas en muchos aspectos. Estamos convencidas de que la madurez actual de nuestra sociedad hará que los diputados y diputadas voten conscientes de la importancia del problema y de la necesidad de resolverlo. No sólo por las mujeres, sino porque prevalezca la justicia social.

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